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Homo Onubensis

Una nueva acepción de agradecimiento.

Una nueva acepción de agradecimiento.

Apenas faltan días para que se cumpla un año de la última vez que visité el estrado virtual de mi blog. Un año sin dar rienda suelta al quiero y no puedo de mis letras. Y no crean que es por falta de ganas, ni de ideas, ni tan siquiera por temor a silenciar reflexiones que pudieran ocasionar alguna que otra cana, no. La vertiginosa montaña rusa de mi vida, apenas me permite regalarme un ratito al día para sentirme escritor. Desconozco si desgraciada o afortunadamente, se llega a un punto en el que la administración del tiempo, se convierte en una lucha interna en constante resolución personal. Hay que cuidar, y mucho, dónde, cómo y con qué se "gasta" el tiempo.

Hace unos días llegó a mi vida una de esas experiencias que, de modo automático, mientras la iba desgranando y escuchando, la redactaba mentalmente en forma de artículo en  mi blog. Era la excusa perfecta para volver a escribir. Es una de esas historias que escuchas de principio a fin con una melancólica sonrisa empática y  una vidriada y sincera mirada de afecto. Una historia que no es historia, sino que es realidad y presente. Una de esas historias por las que piensas y te convences que merece la pena todo esto de “los pasos y la semana santa”.

Son ya tres los años que tengo la fortuna de pertenecer a la cuadrilla del Stmo. Cristo del Buen Fin y, desde el primer momento con Manuel Vallejo y actualmente con la familia Ariza, he contado año tras año con el cariño y confianza de un grupo humano en el que cada día me siento más  arropado. Sin duda podrá ser una de las Cofradías más humildes que existe en la semana santa sevillana, sin duda, pero cada vez que visitamos el viejo convento franciscano de la calle San Vicente, puedo decir abiertamente que me siento como en casa. Que es realmente mi casa. Mi familia, mis amigos, mis compañeros bajo las trabajaderas… son un conjunto que forman parte ya de mi día a día.

Vayamos con la historia.

Tengo que decir que no sé su nombre. Él es de esos costaleros que no hace corrillos al llegar y que no cuentan alguna historieta para avivar el ánimo precedente al ensayo. Suele ser callado, discreto, anónimo. Sé que va un par de trabajos por delante que el mío, y que suele llevar sudadera roja del Sevilla F.C., pero poco más. Nos conocemos de vista desde el primero de mis años allí y solemos saludamos al llegar a cada ensayo, pero como digo, poco más. En el último ensayo hace apenas una semana, tomando la previa y preceptiva cerveza en el Bar Rodríguez, en el corner derecho de San Vicente con Marqués de la Mina, coincidimos ambos codo con codo e inicié instintivamente una breve y formal conversación con él:

-A ver si no acabamos muy tarde hoy.

-Eso espero, que tengo a la chica hoy un poco un fastidiailla y me esperan para acostarla.

-Vaya por Dios ¿hay males?. Espero que no sea nada, que esto está aquí ya y se tiene que poner buena para disfrutar de la Semana Santa –respondí con simple cortesía.

-Bueno, esto a mi me da igual. Yo es que no soy mucho de creer.

-¿Y como que sales de costalero? – repuse bastante sorprendido, mientras notaba como los ojos de mi interlocutor iban enrojeciendo no se bien si de vergüenza o tristeza.

-Salgo de costalero por que mi niña ha estado 8 años en el Centro de Estimulación Precoz de la Hermandad. Sin la ayuda del Centro no sé que hubiera sido de mi niña. Gracias a la gente que trabaja allí día a día con los niños, mi hija ha ganado en calidad de vida. Al menos puede ponerse los cordones solita. Salgo de costalero en agradecimiento a la Hermandad y a su gente. Le debo muchísimo a este Cristo y a esta Virgen.

Le devolví su respuesta en forma de nudo marinero en mi garganta. No supe que más decir ni que argumentar. Fueron muchas las palabras que podía decirle y que tenía en el tintero,  pero no me salieron ninguna de ellas. Pensé en su hija, en la dureza de la vida que me iba contando. En la razón y humildad de un hombre que coge el saco y carga en su cuello el peso de un Cristo por amor a su hija y en agradecimiento a esas personas de la Hermandad. Pensé en lo anecdótico que somos y que es la vida cuando quiere. Pensé en esas personas que desconocen la labor humana, caritativa y afectiva que realizan las Cofradías en su día a día. En esas personas que creen que esto es sólo sacar pasos a la calle. Esas personas que dudan del significado de todo y que censuran los gastos de las cofradías en “tonterías”. Esas personas que no saben mirar, y que no ven que debajo de unos faldones de un paso de misterio existe, posiblemente, más misericordia con el prójimo, que la que ellos mismos puedan llegar a sentir en toda su vida. 

Sensaciones (prólogo)

Sensaciones (prólogo)

Se puede afirmar abiertamente que la Semana Santa, esa que se escribe con mayúsculas, es una cuestión de sensaciones. Incluso me atrevería a decir de gustos. Cada cual la observa, la siente, vive o disfruta a tenor de sus sensaciones personales, gustos o motivaciones. No existe una fórmula magistral que defina lo que cada uno experimenta o debe de sentir durante estas sacras jornadas.

Obviamente no hay nada escrito y todo es relativo, y más si me apuran, en este ámbito de “lo cofrade” donde las ortodoxias se disparan del ruan al raso o de un andar reposado a un izquierdo por delante.

Al fin y al cabo, todo en Semana Santa son sensaciones. Esa revirá donde se para el tiempo, esa marcha que hace callar, ese olor que penetra hasta la niñez, esa luz caduca de una candelería… Sensaciones. Todo y siempre sensaciones.

Y es ahora cuando os pido, estimados lectores anónimos, que me permitan que desgrane mis sentidos sobre nuestra semana. Que den licencia a mis palabras para no ofender a nadie si es el caso. Que sólo lean estas palabras como lo que son, una suma de sensaciones personales labradas a golpe de experiencia en primera persona.

Al sentarme a reflexionar y ver el panorama general de nuestra Semana Santa, van apareciendo un rosario de cuestiones que anteceden y atenazan mis sensaciones: ¿para quién está destinada nuestra Semana Santa? ¿a qué público estamos dando respuesta? ¿es Huelva una ciudad donde esto gusta?. Resulta cuánto menos curioso este dato que os ofrezco. En nuestra ciudad, contamos con una cofradía para cada 6.000 habitantes. Si atendemos a nuestros eternos vecinos es curioso que son 12.000 los sevillanos (sin contar su área metropolitana) para cada cofradía. ¿Somos conscientes que tenemos el doble de cofradías por habitantes que Sevilla? ¿Somos conscientes que tenemos 25 hermandades (26 si sumamos al Resucitado) donde empiezan a proliferar “medias cofradías”, cofradías “estancadas” y cofradías sin proyecto definido? ¿Son sostenibles económicamente cofradías (muchas de ellas con décadas a las espaldas) que no superan los 200 nazarenos?...

Son muchísimas las cuestiones que se van generando ante la perspectiva de un balance global de nuestra semana mayor. Me niego a valorar los palios de Dolores de Oración y Victoria o el andar del misterio de la Sagrada Cena. Me aburre decir lo mágico que es ver Tres Caidas por Huerta Mena o la grandeza de Jesús Nazareno… ¿de qué nos sirve? ¿De qué nos sirve no ser críticos con  nosotros mismos y tapar nuestras carencias?.

Hemos entrado en la peligrosa dinámica del todo vale, para todos y de cualquier modo, sin levantar el faldón y pararnos a analizar horarios, recorridos, cortejos, imágenes, estética, símbolos, ritos… Todo se permite. Parece que vale con seguir adelante mientras cerremos un año más las puertas de nuestra parroquia con nuestra Cofradía dentro.

Doy comienzo con éste prólogo a una serie de reflexiones sobre mis sensaciones acerca de nuestra Semana Santa, no se preocupen, al fin y al cabo, todo son sensaciones…

Un "acto más"

Un "acto más"

Muchos conocéis el negativismo con el que suelo mirar las cositas de esta nuestra ciudad. Si, soy así, no me escondo. Pero quiero dejar claro y anunciar, serán las canas que empiezan a salir en mi barba, que empiezo a ver la luz al final de este túnel pesimista. Cada vez lo soy menos, lo confieso. Es verdad. Ahora, la indiferencia, es la que reina en mi corazón onubense. Pa vosotros…

Todo lo concerniente a ese “acto más” de los que se vienen celebrando dentro del Año de la Fe, tanto en nuestra querida Huelva como en el resto de España, está siendo gestionado, aquí en nuestra ciudad, de un modo sencillamente demencial.

La imperante e incipiente corriente de opinión contraria a la celebración del acto (por cierto, surgida desde fuera del gobierno de cualquier cofradía y sin poder ejecutivo, que es lo peor) además de que no la entiendo, la veo interesada y alimentada por egos y rencillas personales para nada enmarcadas dentro de lo que debe caracterizar a un cristiano. No lo entiendo. Lo que debería ser (no para uno mismo, sino para Huelva) un gran acto religioso y cultural, algunos se empeñan en enfangarlo con sacapuntas que rozan lo ridículo: que si se llama malamente Procesión, que si se llama injustamente Magna, que si es litúrgica, que si sólo hay 250 sillas… pa vosotros la perra gorda. Que sí, que muy bien, que os habéis leido mil veces el anteproyecto (hay lecturas más recomendadas, por cierto) y faltan dos comas, unas comillas y medio paréntesis. Que sí, que muy bien. Que ganáis. ¿Pero quién pierde? Pues pierde LA SEMANA SANTA DE HUELVA, dando una imagen para el resto de Andalucía, de frustración (algunos lo llamarán madurez), de revancha, de fractura.

“Es que no estamos aquí para cuando quieran los curas”. Perdónenme. Si. Las cofradías son Iglesia SIEMPRE. Los pasos, los enseres, las imágenes pertenecen a cada cofradía, muy bien, pero al ser Iglesia, son bienes eclesiásticos. Son de ellos nos guste o no. Esto de los pasos tiene unas reglas, marcadas por unas directrices y ejecutadas por unas personas. Lo que no podemos es adaptarlas siempre a nuestros intereses (“no es que yo soy cristiano pero estoy a favor del aborto”). Mire usted, usted será cofrade, sacapasos o “afisionao”, pero si no entiende y respeta la jerarquia eclesiástica, hágaselo mirar. Es así de fácil.

“Los muñecos están para sacarlos”, claro, cuando queramos, nos dejen y nos digan. Lo que no puede ser es que cuando nos interesa subamos a Palacio, serviles y obedientes,  para pedir sacar un paso para el XVII aniversario de la firma del primer contrato con la Banda de Romeralejos, y ahora, movidos como digo, por esta corriente chusquera y retorcida, pongamos pegas por la nomenclatura del acto, o por que no hay dinero… perdónemne nuevamente. Pero es que es ridículo.

“Es que a mi no me han dicho nada del Proyecto”. Es que a lo mejor usted no tiene porqué enterarse (de primera mano) de los anteproyectos, de los bocetoss o de las intenciones de un acto entre el Consejo de Cofradías y el Obispado de Huelva. Usted se enterará, como hermano, cuando lo convoquen (si su Cofradía así lo estipula) para realizar la consulta de participación en un acto. Lo que pasa es que aquí, como buen patio de vecinos cotilla que es ésta ciudad, nos enteramos de todas las miserias de los vecinos antes de lo que ocurre en nuestra propia casa.

No nos hemos permitido ni el beneficio de la duda. Ni la presunción de inocencia. Nos hemos subido al carro del NO porque hay cabos sueltos. ¿Y no hubiera sido mejor optar por el SI desde el principio, con ilusión, con optimismo, con ganas de aportar mejoras, soluciones, alternativas? ¿No hubiera sido mejor ver lo bueno (aunque sea poco o mucho) que pueda tener este acto en lugar de magnificar las (pocas o muchas) carencias que pudiera tener? ¿no hubiera sido mejor unificar fuerzas para ofrecer una imagen de unidad, de solidez y de potencia de la Semana Santa de Huelva?

Como suele ser costumbre últimamente… sigan. Sigan con las mamarrachás. 

 

Homo onubensis dixit

 

Soy de Huelva. Y te amo, Huelva.

Soy de Huelva. Y te amo, Huelva.

Eres la tierra que me viste nacer hace ya más años de los que me gustaría, me has visto crecer, madurar. Me has visto ser padre, enamorarme. Me verás morir lo más tarde posible.

Soy de Huelva, te amo Huelva. Te quiero con tus cosas, con tu chocheo. Con tus coloretes de viuda, con tus arrugas disimuladas con talco. La que te guardas la calderilla en bolsas de plástico de Arcos con dos o tres nudos. La que coge tu abanico para taparte las manchas de tu vestido. La que solo vives para contar lo guapa que fuiste.

Te amo Huelva. Pero jamás me enamoraría de ti.

No.

Me resisto a tratarte como a una loca repitiendo la mentira que eres la más guapa de todas. Quizás lo fuiste, no te conocí. Es más, eres tan peculiar que ni tú misma sabes bien que hiciste en tu juventud. Te quiero, si, viviría eternamente contigo. Pero no me pidas que mi corazón sea tuyo por el simple hecho de acunarme entre tus brazos.

Quizás me tengas como ese hijo mezquino y huidizo al que solo ves por Colombinas, por Navidad o por cualquiera de las fiestas de guardar. Pero es que me duele ver como te hacen fiestas simplemente por seguirte la corriente. Estás mal. Tú lo sabes. Estás más “pallá que pacá” y si, puede ser que me equivoque, pero quizás es hora de que te pongas en manos de profesionales e intentemos entre todos hacer más livianos los años que te queden de vida. Habrá que plantearse medicarte, tratarte, que diagnostiquen tu enfermedad y así poder saber bien qué es lo que tienes.

Yo no te traeré flores, no soplaré el matasuegras en tu cumpleaños. Es más, ni te regalaré nada. Estaré, te miraré, y te sonreiré más por pena que por amor.

Por mucho que me apene sigues prefiriendo a los demás. A los que te hablan de que te montarás en AVE cuando ni siquiera se han subido en tren. A los que te llevan a Sevilla con una pinza en la nariz no vayas a infectarte de esa grandeza. Sigues yendo a inauguraciones de fuentes, plazas y rotondas por que luego puedes escuchar “Mi Huelva tiene una Ría” con la que tanto has bailado. Te hacen creer que tú eres el onubensismo o la huelvanía en persona, y los miras extrañada porque no sabes que son esas palabras. Pero te gusta que te lo digan, suena bien. Es bonito que te digan que eres algo.

Te seguiré mirando desde la segunda fila. Viendo como se rien de ti, como matan poco a poco lo que eras para hacerte otra cosa.

Ahogaré mis lagrimas con una sonrisa porque te amo y no se como decirtelo.

Te amo Huelva. Pero jamás me enamoraría de ti.

Una nueva Cuaresma

Una nueva Cuaresma

Sin duda la experiencia es un grado. Es más, a veces puede que sean hasta dos. O tres. La madurez te hace mirar antes donde no hay que pisar para caerte y, si es el caso, rodear el peligro y seguir de frente sin necesidad de riesgo. Esto es así. Dar un rodeo, alejarte, tener perspectiva, no es sinónimo de fracaso sino de inteligencia.

En esto de las Cofradías y los pasos he tenido la suerte de enfangarme hasta la nariz y no me arrepiento de ello, todo lo contrario. Son costuras que quedan en mi hábito cofrade para el resto de mi vida. Mi madre me recuerda constantemente  la anécdota que, siendo apenas un crio, llegué a estar hasta en tres Funciones Principales el mismo día, incluyendo hasta la de la Esperanza de Triana en Sevilla, en la que el propio D. Juan Mairena en su homilía, dijo que cómo era posible que estuviera allí ya que había acudido a otras en Huelva la misma mañana. Eran otros tiempos. Sin duda. Ahora no aguanto ni una… ni media.

Ahora no estoy. Apenas me conoce nadie. No pertenezco a la nómina de ninguna de las Cofradías de Huelva. De ninguna. Pero tengo la suerte de estar presente en todas y de disfrutar de lo bueno que cada una pueda aportar a nuestra fiesta favorita. Sin matices, sin rencillas, sin reproches. Sencillamente, ya es que estas cosas las dejé atrás porque no conducen a nada.

En la Cuaresma de este año me estoy sintiendo lleno y pleno. Pletórico. Se me ha hecho corta. Bien podría durar otros cuarenta días que la seguiría disfrutando como nunca. Me he visto en mil y un eventos de diferente índole. Desde ensayar en Sevilla por la Plaza del Duque a oir un concierto en Almonte delante de la Virgen del Rocío. De asistir a ensayos solidarios en el Polvorín a magníficas tertulias en Bar AncaLuis con gente del costal y de las Cofradías. De estar pendiente de programas de televisión y radio a bichear las diferentes opiniones en las Tertulias y Foros de Internet.  De asistir a una verdadera maratón de hasta diez besapiés el primer viernes de Marzo a ver vestido de la Burrita a mi pequeño Jacobo de la mano de mi otra pasión, Sonia.

Tantos y tantos momentos que forman esta sacra cuarentena vírica que cada cofrade debe pasar antes de llegar a Semana Santa.

Invito a todos a que se descubran el capirote que tapa la hipocresía y falsedad y disfruten, a cara descubierta, lo bueno que nos regala la Semana Santa. Esto nos gusta. Es nuestra vida. Disfrutemos de cada acto y de cada paso que demos. Esto son sólo siete días y pasan volando.

Mañana será Viernes de Dolores, el cráter de este volcán latente que es la Semana Santa. Déjense llevar por los buenos sentimientos. De eso se trata.

 

Hoy no

Hoy no

Debo ser sincero y decir de antemano, que no me sorprende que os abra nuevamente la bitácora de mis pensamientos con la llegada de una nueva Cuaresma. No me sorprende, no. Ya no debe ser casualidad. Quizás sea éste un periodo de tiempo más propicio a rebuscar en los trasteros de las sensaciones y los sentimientos, que puede ser.  La cuestión es que hoy,  planto nuevamente la Cruz de Guía en la puerta de este blog para hablar, sin intención de nada,  de lo que más me gusta, de lo nuestro. De lo que he vivido y mamado desde antes de nacer. De la llama que casi sin ser consciente estoy encendiendo, como ya hicieran conmigo, en el rey más pequeño de los pequeños reyes de nuestra casa.

Hoy no me apetece, ni quiero, envenenarme de la Semana Santa más oscura y prodieciochesca. La más radical y egoísta. La que olvida y derroca. La que muerde y rabia. La que sonríe con pinzas y da besos de Judas. Hoy  no. Hoy me niego a mirar hacia el lado y ver la escoria que salpica la más pasional de nuestras pasiones.

Hoy quiero ver la luz de la ilusión, del futuro, de lo que tiene que venir y está por llegar. De la inocencia cofrade en la voz de un querubín que con dos lápices hace una “crú” y se la pone al “homblo” para hacer el “Cachozdo”. Hoy quiero creer en esto por él, mostrarle lo que sé y cómo lo sé. Enseñarle al menos la última capa de pintura, la más brillante y hermosa,  de esta fiesta que muchos se encargan de llenar de hipocresía.

Entramos en los 14 días más bonitos para alguien que palpite a paso de tambor. Este estallido de besamanos, de traslados, de cultos, de conciertos, de mandaos, de ratos de casas de hermandad, de abrazos, de boletines, de tertulias, de Via+Crucis, de montajes, de ver el tiempo, de ensayos, de cafelitos, de itinerarios, de fotos, de túnicas, de estampitas, de compras de última hora, de viajes a Sevilla, de limpieza de candelería… esta locura bendición de estas dos semanas es la que quiero que los míos le enseñen. Ésta y no otra.

Apenas hace un par de días que lo ví por vez primera vestido de “colorao”.  Como yo lo hice en mi tiempo, como mis hermanos lo hicieron, como mis padres nos dijeron. Apenas fueron unos minutos mientras mi madre le cogía la bastilla a una de las túnicas que siempre hay por casa. Fue verlo vestido con su túnica blanca y saber que, gracias a Dios, el virus de las Cofradías está más que presente en él. 

No puedo, no puedo...

No puedo, no puedo...

Resulta más que evidente que estas incoherentes letras nacen sin la intención de sentenciar ni dar lecciones de absolutamente nada. Estas letras, no son más que una personalísima opinión que nace desde la experiencia de los años  que van cayendo irremediablemente porque, pese a la juventud que aún atesoro, son ya casi treinta y cinco años los que más lejos o más cerca, llevo viendo estas cosas de pasos, santos y procesiones.

Insisto. No se si son muchos o pocos, pero son ya varios los años que llevo alrededor de todo esto y creo que, al menos, tengo los mimbres para poder formar una opinión de la que, amigo lector, puedes estar de acuerdo o no.

En estos días de devoción cintera, en donde Huelva se echa a la calle para acompañar a su patrona, mis sentidos no pueden sino chirriar ante los diferentes actos y cultos que se celebran. No me gustan. Lo confieso. Me confieso. Al fin y al cabo la vida es cuestión de gustos y lo que, insisto, personalmente, entiendo lo que debiera ser y suceder en torno a la Hermandad de la Cinta, dista enormemente de lo que veo durante estos días por las calles de nuestra ciudad.  

Después de esto algunos empezarán con la cantinela de que “no se quiere a la tierra” y esa estupidez patriótica de Huelva como referente mundial de la belleza. Quizás hablo porque me duele, quizás intento con mis letras despertar la conciencia del homo onubensis que tapa sus carencias con flores y cera (al igual que hacían los pasos allá por los años 60).

Comencemos por la bajada, inicio del curso cofrade para muchos donde las señoras empiezan a pasear las primeras rebequitas de hilo de la temporada. Recuerdo la bajada como un acto íntimo, cariñoso, familiar, donde apenas un par de centenares de personas acompañaban a la virgen en silencio por la ladera de esa fachada al mar que tiene Huelva que es el Conquero. Alrededor del paso, rezando, esperando el amanecer para dejar a la virgen en La Merced. Más que una procesión era un simple traslado. Veamos ahora y respóndanme ¿no es curiosa la aglomeración de fieles en torno a desayunos gratuitos? ¿no es curioso el fervor que se demuestra a unos Campanilleros a los cuales se les espera en determinados sitios para cantar?. Quizás se hayan desvirtuado un poco y hayan perdido la esencia que debieran tener (este año incluso los acompañaba un bajo). Sería interesante que se velara por los cantos populares al modo tradicional, con instrumentos básicos, arropando más a la virgen durante todo el recorrido, invitando a que los fieles recen y les acompañen en sus cánticos. El resto, creo que se está desvirtuando. El hecho del poco acertado acompañamiento musical de los tambores de la Banda de la Salud lógicamente está fuera de lugar y obviamente no hay que darle más relevancia.

Y por descontado la llegada ya con el amanecer acabado a la Santa Iglesia Catedral, ya que no entiendo como se puede ir a otro templo que no sea éste. Hace unos días le escuchaba a un mozalbete del Grupo Joven de la Hermandad de la Cinta decir que está más cerca y va más gente. ¿Más cerca? ¿más cerca de qué?. De todos modos entre la Parroquia de la Concepción y el templo catedralicio hay… ¿500 metros?. ¿Qué es para facilitar el acceso de los fieles? ¿cuántas líneas de bus y paradas de taxi hay en Méndez Núñez y cuántas en la plaza mercedaria?. En fin. Que no tiene cabida ni base el cambio. Recuerdo cuando la Merced se abarrotaba incluso una hora antes del comienzo de la novena ¿realmente es por los fieles?.

Hablando de novena y como nota curiosa, el mismo chico del Grupo Joven decía en el mismo programa televisivo que se iban rotando los días de novena para evitar el cansancio. En fin. En absoluto descarto que en algunos años realicen un triduo para poder organizar mejor las procesiones. No estaría del todo mal que la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Cinta velara por quién sirve de imagen corporativa, no dejan de representar a la Hermandad de la Patrona de la Ciudad.

Cronológicamente seguimos con la Procesión Solemne. Otro invento sacado de la chistera para darle contexto a la llegada de la virgen a la Concepción. ¿No es procesión solemne, pues porqué el paso no va totalmente engalanado?. Es una procesión que sobra, no tiene cabida ¿es por procesionar a la Patrona (la cual vuelve a salir al día siguiente) o es para procesionarse a sí mismo?. Aunque bueno, lo que ya es rematadamente desacertado es el tema mantilla/chaqué. Poco más voy a decir que da verdadera lástima ver a señoras y señores engalanados con ropas que no saben ponerse ni lucir. Hubo algunos casos verdaderamente ridículos y eso, lo confieso, me da pena, pena y vergüenza ajena. No puede haber una procesión más desacertada. Por cierto, una última pregunta ¿cuántos costaleros calza el paso? A veces parece que vas a ver pasar la Cena… cuántos costales.

El fallo radica en la necesidad de realizar una procesión solemne, ya que quizás es que no se le otorga deliberadamente la solemnidad que requiere tanto a la bajada como a la subida. ¿no puede ser solemne tanto uno como otra? ¿no puede haber en la procesión del día 8 un cortejo?. Muchas incognitas sin duda.

Y dejamos para lo último la procesión del día 8. El día grande, o el que debiera serlo. ¿Desde cuando a la Virgen de la Cinta se le ha cantado sevillanas y rumbas? ¿cuál es la necesidad de “balconear” y hacer el recorrido interminable acudiendo a cada llamada de fieles en forma de sevillanas? Algo espontaneo, surgido, sentido… pero espectáculos en determinados casos con coreografías entre costaleros y cantantes no deben tener cabida. Esto no es un Cruz de Mayo ni un casting ¿o si?.

Insisto y quiero dejar claro. Es mi opinión. Mi opinión de cofrade rancio de ruan y cofradía silente, de cofrade de doble genuflexión y mirada al frente, de cofradía intimista alejada del bullicio.

Esto no va a cambiar, ni lo pretendo. Esto es así. Esto es la Huelva que JAMAS ha sido y ahora nos quieren vender y empapelar.

Lo único que puedo hacer es contener mi rabia, reflejarla con estas letras y quedarme en casa.

Matices oníricos

Matices oníricos

Con el grato recuerdo áureo del palio de la Esperanza Trinitaria en mis ojos acaba, como casi la de todos los cofrades onubenses, una nueva  Semana Santa. Curioso, cuanto menos,  resulta decir “nueva Semana Santa” cuando a los ojos del espectador de a pie, esos que engrandecen ésto y llenan las calles de todas las ciudades,  parece que siempre es lo mismo año tras año. La misma escenografía tragicómica de la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador. Atrás quedan ya los días por excelencia de las pipas de girasol, los montaditos de aguja y los saludos repetitivos a las mismas personas, en  los mismos sitios y casi a la misma hora durante los seis días de cofradías en nuestra ciudad. Ahora, algunos días después de cerrarse las puertas del templo hasta una nueva Cuaresma, es el momento de la autocrítica, la reflexión y el balance pertinente de lo que ha sido o es nuestra Semana Mayor.

Ni que decir tiene que éstas son mis letras, éste es mi espacio y ésta es mi opinión. No pretendo sentenciar ni dar lecciones de nada, y menos aún,  de esta Licenciatura donde cada vez hay más Doctores Honoris Causa y menos alumnos que acudan a las aulas. Únicamente es mi opinión, mi reflexión y mis vivencias. No te pido, amigo lector, que las compartas y hagas tuyas puesto que soy yo, modesto mezclador de frases,  el que gratuitamente las quiere compartir contigo.

Dos ideas principales gestan y marcan esta apocalíptica perorata. La primera es sencilla, LA SEMANA SANTA DE HUELVA NO ME GUSTA. La segunda de ellas, mucho más compleja, es para sacar nota, para gente de ésto curtidas en Casas de Hermandad y noches de montajes. LA SEMANA SANTA DE HUELVA URGE UNA REVOLUCION DE INMEDIATO.

Empecemos por la primera de las premisas expuestas anteriormente. Sin duda se trata, como digo y repito incansablemente, de  una cuestión personal e individual, no existen reproches ni recelos, pero es una cuestión intachable que salvo pocas y contadas excepciones la Semana Santa de Huelva no me gusta. Valoro que nuestra Semana Santa se queda en un  aprobado raspado. Quizás apurando el poso de la nostalgia y la devoción llegaría al Bien si buscamos matices donde no los hay. Poco más.

Al aficionado al fútbol no le importa gastarse 100 euros en una entrada para ver el Barcelona o el Real Madrid. El taurino, se desvive por ver unos lances de José Tomás oliendo a albero y Cohiba. ¿Qué malo hay en tener gusto? ¿Porqué nos aferramos al catetismo localista de decir “no no, lo nuestro es lo mejor”?. Al cofrade, al capillita, la Semana Santa de Huelva se le queda chica, vacía, pobre. Teniendo a poco más de tiro de piedra al eterno espejo de nuestra envidia y, dicho sea de paso, la mejor de la Semana Santa al menos como la entendemos los andaluces  “guadalquivistas”  ¿qué malo hay en disfrutarla, gozarla y vivirla, y querer aprender y disfrutar de ella?.

Si observamos atentamente el conjunto de la Semana Santa de Huelva, extraemos instantáneamente que es una Semana Santa inconclusa y sin miras de acabarse y cerrarse. Vemos Cofradías con pasos a medio terminar que se embarcan en la ejecución de otro sin atender a lo que se tenía previamente, palios que se estancan en su ejecución por que los Mecenas en cuestión se rebotan con unos y otros, dinero mal gastado en insignias, imágenes o enseres, adquiridos al capricho de los que durante los cuatro años del mandato rigen el devenir de determinada Cofradía. Ausencia de Proyectos de Cofradía, y si los hay, se saltan a la torera por rencillas y rencores, y vanaglorias egocéntricas de anunciar a bombo y platillo que “yo soy el que le ha hecho este paso al Señor”.

Fijémonos detenidamente y de un modo honesto en cada una de nuestra Cofradías. ¿Realmente nos conformamos con los que tenemos? Juguemos a adivinar mentalmente algunos detalles. ¿Nos fijamos en las insignias? La mayor parte de los juegos de insignias de todas ellas son bastantes deficientes, insignias “raras”, poco acertadas tanto en ejecución como en significado, poco originales o demasiado atrevidas. Si atendemos a los pasos de cristo, nos encontramos en muchos casos misterios inconexos, mal ubicados, sin gusto a nada y, recientemente, con una ejecución artística bastante deficiente. Que todos los imagineros no pueden ser Navarro Arteaga es evidente, pero hay imágenes que simplemente no se pueden permitir dentro de una Semana Santa actual. Los pasos de palio. Más de lo mismo. ¿Nos conformamos con diseñitos medio decentes y poco originales como los últimos en presentarse a la Huelva Cofrade? ¿a esto es lo máximo que aspiramos a la hora de hacer algo nuevo?. Respóndanme vosotros mismos ¿qué orfebrería destaca por su originalidad en diseño y ejecución?. ¿Porqué palios bordados que en algunos casos son primos hermanos de algunos de la vecina localidad no terminan de cuajar?

Seamos sinceros. A excepción de muy poquitas Cofradías como puede ser Oración en el Huerto, Victoria, Esperanza, Pasión, Tres Caídas o Nazareno, el resto son Cofradías que subsisten por la inercia de la Junta de turno, con unas carencias culturales y estéticas tremendamente importantes y con unas nulas perspectivas de futuro de cara al crecimiento cultural, religioso y artístico.

En otro plano totalmente diferente me gustaría recalcar que a día de hoy, la mayor parte de las Cofradías de Huelva, están en manos de personas con una cualificación cultural y religiosa más que dudosa para el ejercicio de sus cargos de gobierno. Están por que han llegado. A base de codazos, porque no había nadie, o porque alguna cuadrilla de costaleros los han colocado ahí. Pero pánico da el ver y adentrarse en las listas que conforman muchas Juntas de Oficiales de determinadas (y algunas con abolengo) Cofradías de nuestra ciudad. Niñitos y niñitas que han sabido apartar a los que saben de esto para buscar su momento de gloria en forma de programa televisivo, radiofónico y página de internet.

Por todo ello, y por algunos aspectos más que se guardan en el tintero de la prudencia, me reafirmo en la idea de que la Semana Santa de Huelva no me gusta. Ni me gusta ni tiene visos de que pueda cambiar mi percepción en los próximos años y es aquí, en consecuencia a lo expuesto, donde aparece la segunda premisa de mi reflexión. La necesaria y urgente “revolución” en nuestra Semana Santa.

Fue a finales de los años 70 cuando llegan a determinadas Cofradías de nuestra ciudad  un nutrido grupo de jóvenes que empezaba a “ver mundo” más allá de la calle Berdigón. Llegan a sus hermandades con ideas más que establecidas en otros lugares y con un sentido eclesiástico y cultural de ésto que en algunos casos fueron tachadas como de ridículas e incomprendidas. Llegan, y simplemente levantan ésto. La Semana Santa de hoy es fácil y resulta difícil comprender como apenas treinta años atrás había Cofradías que se planteaban no salir porque no había ni dinero ni nazarenos, otras que colocaban carros en sus pasos para sacar las imágenes, otras que adornaban sus pasos con flores de papel o plástico…  y de ésto hace dos días como el que dice. Hubo sin duda una revolución, un apretón de tuercas, un giro estético. Y hoy, nuevamente, se hace necesaria otra explosión espiritual y estética que revitalice la decadente y vulgar Semana Santa de Huelva.

Analizando la realidad de nuestra ciudad y nuestra Semana Santa empezaría por valorar y afirmar que en Huelva hay un elevadísimo número de Cofradías. Si atendemos a los datos del censo, solamente en el término municipal de Sevilla hay unos 700.000 habitantes, excluyendo de éste dato las nuevas ciudades dormitorio como Tomares, Camas, etc… y si tenemos en cuenta las Cofradías integradas en el máximo órgano cofrade hispalense (sumando las diez que no hacen Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral) sale una Cofradía cada 10.000 sevillanos. Imagínense el porcentaje si sumamos los habitantes que conforman el anillo metropolitano de Sevilla. En nuestra ciudad y tomando como referencia los mismos datos sale una Cofradía cada 5.000 onubenses. ¿No os resulta curioso? Cuanto menos es un dato a tener en cuenta.

Por lo tanto creo necesaria y urgente una renovación y reducción del  número de Cofradías que tenemos en nuestra ciudad ¿sería viable una tendencia al fomento de Archicofradías y fusiones de Hermandades?. Las últimas Cofradías fundadas en Huelva están destinadas, contextualizadas y ancladas en un único paso ¿sería tan tremendo aglutinar Cofradías?. Siglos atrás estas decisiones se tomaban y no ocurría nada, puesto que se abordaban estos temas por el bien de la Semana Santa. Ahora bien. Si descendemos el número de Cofradías… ¿qué hacemos con las personas de las Juntas de Gobierno? ¿es realmente lo que importa? ¿pertenecer a ellas, tener protagonismo?. Reflexionemos sobre esto.

Otro aspecto a tener en cuenta es la capacidad de gestión, formativa y religiosa de los que formamos parte de ésto. ¿Estaría del todo mal encaminado que se exigiera un mínimo intelectual, cultural y religioso para formar partes de las Juntas de Oficiales?. Obviamente no se trata de tirar de currículum o hacer un examen de ingreso, pero ¿no se podría vigilar más y mejor por parte del clero y los organismos competentes éste tipo de asuntos?.

También estimo que sería conveniente la implantación de un código o reglamento por el cual se rijan las Cofradías y en el que se enmarquen las pautas a seguir en un plano estético y cultural. ¿Sería onírico darle forma a esos afamados “canones”?. No se trata de decir: “Cofradía de Silencio igual a lirios moraos”, obviamente no, pero si vigilar (siguiendo con el ejemplo de las flores) determinados exornos y tipos de flores. ¿Nos veríamos coartados los priostes a la hora de tomar decisiones?. Es posible. Ponerle puertas al campo es difícil, pero existen unos límites, unas pautas que habría que seguir. Se dice que los libros de los gustos no están escritos. Difiero. Sí están escritos, lo que ocurre es que no están leídos.

Margot suena por enésima vez en mi portátil y el olor del incienso se disipa ya con el ácido y mortecino aroma del carbón requemado. Me doy cuenta que son ya tres folios de fantasía cofrade que en lugar de ser utilizada para la reflexión será apellidada por aquellos pocos lectores con un “ité el enterao éste”. Me doy cuenta que de nada sirve plasmar unas letras salvo para apaciguar la frustración de uno de esos cofrades a  los que realmente les duele ver la realidad de todo esto.

Dentro de un año todo estará igual, se abrirán las puertas de la Mayor de San Pedro y volveremos a revivir a nuestra manera la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Te buscaré...

Te buscaré...

Espera. Recelo. Miradas al cielo que anuncian un año más la incertidumbre de la esperanza de la hora de salida. Tensa calma. Nudo en la garganta. Sonrisa impaciente y nerviosa ante la llegada inminente de una nueva fiesta gozosa y gloriosa que anuncia la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Por aquellas cosa del destino, de la vida, o por que sencillamente Dios así lo ha querido, este año mi corazón palpita semana santa por los cuatro costaos. Si disfruté de las carnestolendas allá por los primeros meses del año, la Cuaresma, ésta Cuaresma, me está haciendo retroceder en el tiempo y llevarme a una etapa de mi vida, atrasada pero no olvidada, donde todas estas cosas marcaban el reloj de mi día a día. Este año, vuelvo a tener esa ilusión de participar de esta nuestra fiesta por excelencia. Me siento ese chiquillo que viste túnica por vez primera, preguntando a cada instante cuántos días quedan para vestir los colores de su Cofradía. Me siento adolescente, con esa tensión contenida por la espera de llevar a sus titulares por las calles de nuestra Huelva de caliches y remiendos. Una Huelva que aunque presume de  fachada recién encalada, se muere lentamente en el olvido y el recuerdo de una ciudad que jamás volverá. Me siento hombre y cofrade que ha sabido vivir cada una de las facetas de nuestra Semana Santa y ahora, rozando con los dedos la madurez personal, sabe distinguir y quedarse con lo que realmente es transcendente de todo esto.

Este año volveré a encontrarme contigo y te abrazaré para no soltarte de nuevo. Te buscaré en la calle La Fuente, rincón místico del Barrio Alto que parece en estos días que acorta su longitud para hacerse fugaz, para encontrarte en forma de sonrisa celestial o en caminar señorial del nazareno de San Pedro. Te buscaré en el racheo anónimo y lúgubre del Señor de Calvario, en el caminar presuroso e incierto de mi eterna y distante Cofradía de la Santa Cruz. Te buscaré y te encontraré la tarde del Jueves Santo bajo la Madre y Señora de los Dolores y su joyero de plata, burdeos y rosas. Te encontraré una nueva Madrugá, para caminar junto a ti por esas calles que Tú y yo sabemos. Te buscaré para encontrarte en tus ojos Victoria, que bajas a tu ciudad para anunciarnos una próxima y merecida visita. Te buscaré en la mirada bondadosa de un nazarenito de la Fe o en la sonrisa más traviesa de todos los monaguillos de la Santa Cruz. Te buscaré en un palco de Gran Vía o en un balcón de San Pedro para seguir encontrando las lágrimas de una madre y la sobriedad de un padre, anclados en el recuerdo de una Semana Santa que ya no existe. Te buscaré en la rabia contenida de no veros vestidos con vuestra túnica azul, en vuestra ausencia, en el dolor del olvido impuesto y en el injusto amargo sabor que los humanos nos empeñamos en otorgarle a la Semana Santa. Te encontraré de la mano de mi inseparable aprendiz, atenta y dispuesta a mis explicaciones teóricas sobre la conveniencia o no de los faldones de terciopelo o damasco, en su paciente y asumida complacencia por sacarme de las tinieblas en las que me encontraba… Y te encontraré en la ausencia. En el dolor. En la tristeza por no tenerte en mis brazos para mostrarte a qué huele esa nube tangible que hay delante de los pasos, para enseñarte como se enciende una candelería cuando el paso está arriao, para pedir cera contigo y fabricar nuestra primera bola, para estremecerme contigo cuando oigas los sones de una marcha, para acurrucarte cuando estés cansado de todo esto y cogerte en mis brazos.

Te encontraré y te buscaré en todos los sitios y rincones porque desde que nací has estado presente en mi vida en todas sus formas y modos. En los éxitos y en los fracasos, en las alegrías y en las tristezas. Te buscaré Semana Santa. Te buscaré y te encontraré donde siempre y porque sé donde buscarte. Te buscaré y te encontraré porque ya estás aquí…

Hasta siempre Don Carnal

Hasta siempre Don Carnal

Si hay algo por lo que me siento orgulloso de latir sangre verde y blanca por mis venas es por la riqueza cultural que entierra este rinconcito olvidado del sur. He de confesar que no me asalta un nacionalismo exagerado y ni exaltado. La bandera andaluza no me representa más que un símbolo institucional. Poco más. Pero si es cierto que estos ocho hermanos formamos algo diferente y distinto al resto. Como se dice, de “Despeñaperros parriba ya estamos en el extranjero”, ni nos sentimos entendidos ni nos quieren entender. Ahora recuerdo con orgullosa simpatía más de una anécdota que tengo por mi forma de hablar, para nada forzada, en el resto de España.

También me gustaría aclarar y puntualizar que dentro de esta nuestra Andalucía, podría acotar incluso mucho más, el marco geográfico que encierran las atávicas tradiciones culturales que me atan a mi tierra, ciñéndome al triángulo tartésico occidental de nuestra región para hartarme de andalucísmo. Me basta y sobra con este pedazo de la legendaria Atlántida para vivir el resto de mi vida.

Carnaval, Semana Santa y Romerías. ¿Qué hay de malo en disfrutar en cada época del año de cada regalo de nuestra tierra?. ¿Porqué hay que ser tan Talibán de la incultura y cerrarse en banda a una u otra?. Personalmente me entrego y disfruto de todas. Me preocupo por saber más de cada una de ellas, de sus orígenes, de sus distintas formas y modos y no dejo de ser más cofrade por saberme la Comparsa de Cádiz que ganó en el 1986, o menos carnavalero por sacar los pasos a la calle. Simplemente disfruto de todo y me entrego a todo. Ahora el calendario nos marca la Cuaresma, el tiempo del recogimiento y la meditación, pero no quiero hablar de ésta sin antes hacerlo de la recién acabada Carnestolendas, así que… ahí voy.

Una puntualización previa a navegantes. Me gusta el Carnaval de Cádiz. Respeto a los onubensistas radicales que se desgañitan cantándole al Tinto y censurando que haya gente que no se sepa más de dos agrupaciones de Huelva y sin embargo todas las de Cádiz. Yo os respeto, si vosotros no me respetáis a mi es vuestro problema, no el mío. Eso sí, luego nos vemos en la calle Ancha de la Tacita cantándole al público gaditano… Pues eso, me gusta el Carnaval de Cádiz.

Afirmo contundentemente que éste Carnaval recién acabado ha sido el mejor de mi vida. Lo he disfrutado en muchos puntos hasta ahora desconocido y me he adentrado mucho más en este mundo tan interesante como peculiar. Jamás olvidaré a mi pequeño Jacobo con el disfraz de La Sereníssima, para comérselo. La que liamos mi madre, Sonia y yo buscando las telas y los decoros para que no le faltara detalle en el tipo. Fantástica la Final del Concurso de Cádiz, en casa de mi hermano Manolo y Pilar, con Sonia, mi primo Dani y Vanesa, en una noche fantástica de coplas, gomitas, frutos secos, gintonics y pitusú de nata. Si hubiera durao dos horas más, como las de antes, nos hubiera dado allí el alba entre risas y confianza. Qué buen ratito, al fin y al cabo los que nos llevamos al otro barrio son estos regalos. Por cierto, un concurso de letras de Cádiz que he seguido como nunca gracias a la televisión y a la radio. ¿Cuántas noches hemos compartido charlas por internet mi hermano Manolo, Sonia y yo comentando las actuaciones?. Genial. También un año donde he conocido la dureza del Concurso en Huelva de la mano de mi hermano José Andrés. Este año la chirigota de los BIM BAM BUM no resultó ser lo que se esperaba y por esto o por lo otro, por unos o por otros, bebió la hiel de la derrota y de la desunión. Una chirigota de la que disfruté en algún ensayo allá por otoño y de su ensayo general junto a otras agrupaciones. Y un año que he conocido el Carnaval de Calle en Cádiz, la primera división de la fiesta, la Champions League. El ambiente de sus calles, de sus gentes, de sus plazas y calles estrechas del casco antiguo, oir las agrupaciones como la de Jesús Bienvenido codo con codo, el ambiente de sus bares, el olor a tortillita de camarones en la Viña… Esto es otra cosa, otra película, otro deporte. Menuda pechá de andar que nos dimos ese día ¿verdad Sonia?

Y como colofón a este grandísimo e inolvidable Carnaval 2012, oí ayer en el Gran Teatro a mis dos comparsas favoritas, La Serenissima y Los Duendes Coloraos. Junto a mis hermanos, junto a Sonia, emocionándonos con las letras dedicadas al amor y al desamor, a la soledad y a la vida... cogidos de la mano sintiéndonos más cerca que nunca. Inolvidable.

Con esto se acaba mi Carnaval, ahora doy paso a Doña Cuaresma con su huraña sobriedad, con el silencio del andar callado de una cofradía de negro, con el alboroto de un paso de palio en el chispeo multicolor de pétalos, con el latir de una ciudad entregada a la calle. Pero todo esto vendrá, no nos adelantemos.

Que la vida me siga regalando días como éstos…

 

“Déjame que de tu sangre los mares me beba

Para que la vida eterna contigo la viva.

Arráncate el crucifijo, que en el alma lo llevas

Descálzate compañera, y que otro Dios te bendiga.

Dile a tu madre que a ti te visita la luna

Y en tu ventana no quieres balcón ni postigo.

Que no te pongas corona, que tú no quieres ninguna

Que yo ya te traigo una, y es pa llevarte conmigo.

Y si llaman a tu puerta, con la oscuridad cumplía

No se la tengas abierta, que seguro que es el día…”

Querer lo que yo quiero.

Querer lo que yo quiero.

Dicen que hay personas que nacen con estrella y otros estrellados. Y no, no me encasillo. No termino de colocarme en las vía por las que discurre mi vida. No sé si tengo estrella, o estoy estrellado. 

Lo que si que tengo es vértigo a vivir. A ser feliz. 

No culpo a nadie. El único problema de mi vida soy yo. Mi tara es mi forma de ser. A veces ángel, a veces demonio. Unas veces todo, otras nada. Una de cal, y su correspondiente de arena. Estoy en ese momento en el que debo de decidir qué camino elegir si el yin o el yan. Llevo toda mi vida intentando ser buena persona y no me sale. Mira que lo intento, pero nada. Siempre mis buenas intenciones, mis formas, se tornan confusiones y malos entendidos y, al final, siempre acabo cargando mas peso en mi mochila de los lamentos. Será la edad, pero cada vez tengo menos fuerza para cargar con el peso de mis errores (o de mis supuestos errores). 

Pero, no me sale. Rondo los dos  millones y medio de defectos. Asumidos y asimilados. Y el principal de ellos es retroalimentar mis errores enquistándolos en traumas y depresiones anímicas. En altibajos emocionales. A mis grandes logros o méritos le resto importancia y a mis pequeños fracasos los elevo a la altura de crisis vital.

Ya lo digo. El único problema de mi vida soy yo y debo ser yo mismo el que, como dije antes, opte por seguir el camino de continuar intentando hacer el bien, aunque no me salga, o mandar a tomar por culo al angelito este que se me planta en mi hombro derecho e ir dando palos de ciego a diestro y siniestro sin más oficio que beneficio. 

Llevo toda mi vida diciendo SI a los demás y NO a mi mismo. La hoja de servicio de mis batallas emocionales está llena de heridas difícilmente cicatrizables y, cuando todo parecía que al menos mi corazón, con más remiendos que un muñeco vudú, empezaba a tener una cadencia de latidos constante, las costuras del alma se vuelven a deshilachar filtrando de nuevo la acidez de los recuerdos y mi incapacidad de amar. SI. No se amar, no se querer. Lo reconozco.

Según se dice “mejor solo que mal acompañado”, pero es que resulta que la mala compañía siempre soy yo. Por h o por b la cuchillada del desánimo siempre va a terminar en mi pecho y las heridas cada vez tardan más en olvidarse… y duelen más, como dije antes, será la edad, o que la morfina ya no calma los dolores que arrastro desde hace década y media. 

Quiero vivir. Quiero equivocarme. Quiero llevar las riendas de mi tristeza y de mi felicidad. Quiero llorar. Quiero reír. Quiero blanco. Quiero negro. Quiero todo. Quiero nada. Quiero esto o lo otro. Quiero dar un paso atrás, tres palante y dos al lado. Quiero querer. Quiero olvidar…

Quién me quiera querer tendrá que querer lo que yo quiero…

El resto, lo que tenga que ser… será.

El resto, lo que tenga que ser… será.

“Antes de que nadie vaya a hacerte un lio

Quiero que sepas mi historia, pa no confundir tu nombre con el mio…”

 

1 de Enero de 2011. 00:35 horas. Sonido de petardos y cohetes por la calle de gente que ahoga sus penas en festejos, viviendo al día, disfrutando de cada momento porque la vida no es más que eso. Yo en la cama a oscuras, desvelado, digiriendo la indigesta huida fugaz de mi familia con la excusa de que el pequeño está dormido. Quizás ni me despedí de todos. Quizás ni quise ni pude, es lo mismo a estas alturas. Mis ojos se pierden en la ceguera de intentar buscar una respuesta a todo esto. Tengo 32 años y esto es el resto de mi vida. A un lado la mujer que me acompañaba en mi vida y por la que me arriesgué a dejarlo todo de nuevo. Al otro lado el futuro de un corazón del que tengo el presentimiento de que el destino le depara algo grande. Y más allá mi familia, de la que siempre rehuía, a la que estaba aparcando en la falsa cotidianeidad de Bodas, Bautizos y Comuniones. Apenas puedo conciliar el sueño por los pensamientos que golpean mis deseos físicos y anímicos. Tengo 32 años y esto es lo que me creía que era el resto de mi vida…

30 de Diciembre de 2011. 16:04 horas. Suena por enésima vez el popurrí de Los Muñecos de Cádiz y huele a barrita de incienso. Ante mis ojos la soledad fría de una casa a medio habitar y la torre de San Pedro. En mi paladar la copita de manzanilla que he disfrutado junto a mi padre. Y en mi mente, la ilusión quinceañera en unos ojitos pequeños con el cuerpo de mujer. Tengo 33 años y ni tengo ni puta idea, ni quiero, saber que me deparará la vida mañana.

Ha pasado un año de mi vida. Se podría decir que un año para tirar a la basura. Porque en él se queda la decisión más importante y dolorosa que he tomado en mi vida, la de soltar la mano de ese volcán de rasgos calcados a los míos y, por que no, la de esa mano que me acompañó en los últimos siete años de mi vida.

Pero sería injusto tirar este año a la basura del olvido. Perdí cosas, importantes. Importantísimas. Pero recuperé la confianza en ese niño, ya hombre, que sin calificarse de buena persona, puede decir que tiene la consciencia tranquila porque no le hace mal a nadie y siempre va de frente y enarbolando la bandera de la honradez.

Recuperé el sentirme útil para la vida. Para mis conocidos, para mis amigos. Para mi equipo de rugby, en el que trabajo codo con codo con gente espectacular y que me respeta y valora por lo que soy y no por lo que debería de ser.

Recuperé las ganas de hacer cosas. De tener iniciativa. De sentirme vivo. De pensar. De exigir. Recuperé el derecho a equivocarme.

Son muchas las personas que se han cruzado por mi vida en estos meses aportando lo bueno o lo malo que cada cual quiso aportar. De algunas me llevo gratos recuerdos, de otras personas me quedo con sus experiencias. De otras sus historias y sus risas. De otras las ganas de conocer a esa persona gris a la que le salieron las alas. De cada cual me quedo o conservo su recuerdo.

Pero si por algo es injusto echar este año a las llamas del olvido, es por mi familia. A la que nunca busqué y siempre encontraré. Por mis padres, ancianos prematuros a los que todo esto les vino un poco grande, pero que han sabido acatarlo y comprenderlo como pocos. Por mi hermano Xose, Asun y Axel, pacientes y respetuosos portadores del silencio antes mis decisiones ¿qué más se puede pedir de alguien que te apoya en silencio?. Por mi hermano Manolo, Pilar y Mencía. Principalmente por mi hermano, al que la vida me lo está colocando en el lugar que yo quiero. Un hermano que he recuperado. Un hermano al que puedo abrazar y besar mirándonos a los ojos. Una persona que siempre fue importantísima en mi vida y a la que metí en una caja sellada. Por fin la caja se ha vuelto a abrir y con su luz me guía en mi camino… siempre el Camino.

Y por ti Sonia, qué decir de ti, que te enamoraste de mí hace más de 15 años cuando ibas vestida de nazarena y me acerqué a pedirte cera con las bromas de los niños de esa edad. Y desde entonces me has tenido en la recámara del corazón como un imposible. Mirándome en silencio. Sin decirme nada nunca. Hasta que un día decidimos hablarnos y ponernos cara a esas personas que se conocían sin conocerse desde hace tres lustros. Por ese banco en la Avenida Alemania, por esas Colombinas tan especiales, por esos partidos del Recre, por todas esas veces que te he dicho “yo no quiero tener nada con nadie”, por todos esos silencios que me has regalado cuando te he dicho que no quería oír nada, por todas esas palabras que me has regalado cuando te he dicho que necesitaba oírlo todo, por esa tarde en Sevilla de Rosario Macareno, por ese espacio que me das sin pedírtelo, por esa confianza que me otorgas sin merecerla, por ser, como te he dicho mil veces… una niña buena. Eres normal y quizás, eso, sea lo que me extraña.

A 2012 sólo le pido una cosa. Sólo. Le pido salud para mi pequeño. Que siga creciendo tan fuerte, sano, cariñoso, simpático y guapo. Que siga siendo él mismo. Que sepa apreciar a su madre, que sé que lo cuida con pasión. Que siga queriendo a su padre, el que se muere cuando le hace dos carantoñas o le dice “papiii….”. Que siga creando su personalidad como Jacobo. Y que siga siendo feliz en este mundo de locos que todos hemos construido.

El resto, lo que tenga que ser… será.

Hasta siempre 2011.

La misma dirección

La misma dirección

Qué sensación más extraña.

La verdad es que uno se para un momento y se echa al arcén de la vida para permitirse ver cómo se suceden los hechos uno detrás del otro, y por mucho que nos frotemos los ojos, no terminamos de creer que estamos en esta órbita tan negativa y autodestructiva.

Mañana es la tradicional Cena de Navidad y muchos de nosotros estamos recelosos de qué nos encontraremos cuando crucemos las puertas del grandísimo Bardomero. Entraremos con ese resoplido agrio en los labios y la mirada puesta en uno y otro para juzgar como es esa primera mirada.

Y eso, me entristece.

Hace casi una década de aquella reunión en casa de Antonio Fernández “Tete” donde planteamos el hecho de fundar un Club de Rugby donde se nos permitiera hacer lo que más nos gusta: JUGAR A RUGBY. Tal vez no teníamos más aspiraciones que ésa ¿era nuestro pecado? ¿era nuestro orgullo?. No lo sé. Ni importaba. Con el hecho de ir a Sevilla a jugarnos la piel (literalmente) a San Jerónimo, hacerles besar el albero y volver a Huelva con magulladuras y con la victoria en el bolsillo, nos sobraba.

La Junta Directiva la formaban tres o cuatro. Tu, tu, tu y tu. Pero… ¿qué carajo importaba?, si lo principal era que el EQUIPO ÉRAMOS TODOS. ¿o acaso gente como Andy Ramos o Javi Tello, que eran anónimos, no se sentían parte de la Junta?. No había reuniones, no. Porque las reuniones las hacíamos en la Estación de Servicio de Chucena cuando parábamos TODOS a desayunar antes de ir a jugar: “¿Largo has traido las fichas?”, “Edu llama a Cajasol y dile que vamos a llegar 15 minutos tarde”, “El cerdo de Gastón, como siempre, que dice que se acaba de levantar y que va directamente pal campo”…  Qué cojones importaba si teníamos polos entallados, si las equipaciones estaban limpias (¿quién no se ha puesto un polo “limpio” con olor a demonios?), o si los otros eran más grandes y fuertes. ÍBAMOS A JUGAR A RUGBY. Punto. Un grupo de hermanos, de amigos, de personas que aún a día de hoy muchas de ellas nos vemos y nos seguimos saludando con un beso.

Recuerdo aquel viaje a Granada con nuestro inolvidable Eduardo Viera Guachi, en el que apenas reunimos unos 18 tíos para jugar. Llegamos allí, tarde, como no. En un día perrísimo de lluvia y viento. Y el por aquel entonces Universidad de Granada, un equipo de gente de rugby, de tios curtidos en campos de tierra, nos vió llegar resguardados en la grada. Riéndose de nosotros por nuestras caras de sueño y de cansacio, empapadas bajo aquel aguacero. “No vamos a jugar” dijeron. “Vamos a jugar”, dijo Guachi. Y vamos a jugar porque estos tíos se han hecho unos pocos de kilómetros para JUGAR A RUGBY. A los 20 minutos se iniciaba el partido. Fango, lluvia, viento… y derrota honrrosísima por 5-0. ¿Resultado?. Que esa noche Huelva ocupó Granada porque nos habíamos ganado el respeto, de los rivales y de los propios compañeros. Ése día supe lo que es JUGAR A RUGBY.

Han pasado 10 años. El club sigue ¿pero cómo sigues?. Se dice que estamos en el mejor momento de todos. Puede. Porqué no. Tal vez. Pero si se van a hacer unas papeletas para vender un jamón, se arma la de Dios. Si se van a hacer unas camisetas para sacar dinero, jamás se saca dinero. Si se organiza una cena de Navidad, hasta dos días antes no se sabe cuánto sale y quién va y quién no. ¿estamos mejor que nunca? No lo sé. Cierto es que tenemos un campo donde entrenar… donde cada vez entrenan menos jugadores. ¿es el sitio lo que marca la grandeza de un Club?. No le pregunten a mis rodillas peladas de entrenar en el albero de la Avenida de Andalucía o en el Campo del Seminario. Fue curioso. Las chicas un día pidieron un entrenamiento voluntario y me las llevé a ese trozo de tierra de la Avenida. Nada más llegar… “míster no se ve”, “míster el terreno no esta plano”… Significativo.

Creo que estamos entrando en una dinámica muy peligrosa. Los jugadores están más pendientes de las decisiones de la Junta Directiva que de entrenar y la Junta Directiva estás más pendiente de lo que opinan los jugadores que de optimizar los recursos.

¿De qué sirve realmente firmar un convenio con el Ayto. de Aljaraque si luego no concretamos?. ¿De qué sirve planificar una temporada si luego se salta todo a la torera?. ¿De qué sirve planificar tu vida, como los horarios de clases, para luego ir a entrenar y se plantan diez compañeros?. ¿De qué sirve todo eso?.

Aquí no hay Dioses. Ni la Junta Directiva son (somos) portadores de la verdad absoluta ni nos estamos codeando con Sonny Bill Williams y Dan Carter. ¿Dónde están en el Club  los valores de honradez, humildad, dedicación, amistad? Mírense y díganme dónde.

¿Cómo puede ser posible que haya jugadores que muestran su disconformidad ante decisiones de un “entrenador” que guste o no, pero hay que obedecer y respetar?, ¿cómo puede ser posible que el hecho de jugar de ala o de centro suponga una presumible frustración vital?,  ¿cómo puede ser posible que se esté pendiente de los minutos que juega cada uno?... Señores, como dije antes, mírense ¿somos jugadores de rugby? ¿o de qué?.

Aquí solo hay UNA SOLUCIÓN. UNA. No hay ni fórmulas mágicas ni experimentos. La única solución es SABER CADA UNO DONDE ESTÁ y PARA QUÉ ESTÁ.

Si un jugador está más pendiente de cómo le queda el polo y de que si se ha enterado de que fulanito o menganito va a salir de titular… mejor que juegue al rugby… pero en la Play.

Si un directivo va a estar más pendiente de lo que digan tal o cual en un correo que le han filtrao… mejor que se vaya a la Asociación de Vecinos a jugar al ajedrez

ESTO ES RUGBY SEÑORES. TODOS SOMOS UNA PIÑA, SOMO UN CLUB Y TENEMOS QUE REMAR EN LA MISMA DIRECCIÓN.

Si uno puede aportar 3… que se rompa el alma en aportar 4. Si uno aporta 5, que logre 6. Sin mirar al lado, sin espejos, sin excusas, por el bien del EQUIPO Y DEL CLUB.

TODOS, y cuando digo TODOS, desde el más modesto jugador que lleva dos entrenos hasta Jesús Sáez, pasando por Amiti o por Pablo Piosa, TODOS. Todos somos NECESARIOS y debemos de respetarnos con nuestros valores positivos y negativos. Aprendiendo de cada uno que tenemos al lado, confiando en el otro, en el compañero, en el amigo, en el hermano.

Mientras no hagamos de esto el ABC del rugby y de nuestro Club, seguiremos fantaseando con dirigir a Stade Française y de jugar en los Crusader… y mientras… nuestro Club se seguirá muriendo lentamente a escasos metros de la orilla.

Mi Camino de Santiago. Reflexiones y confesiones.

Mi Camino de Santiago. Reflexiones y confesiones.

Una vez asentado por el tiempo y paladeado el poso del recuerdo de mis pasos como peregrino en mi primer Camino de Santiago, me dispongo a rememorar aquellas vivencias únicas e irrepetibles que se tatuaron en mi corazón para el resto de mis días. Una palabra es la que abre este escrito: brutal. Mi experiencia ha sido sencillamente brutal en todos los sentidos: física, moral, afectiva… Desde hacía mucho tiempo no me sentía tan yo mismo, tan solo y tan acompañado de mi gente que venía conmigo en la mochila a pesar de la distancia.

Como reza la sevillana, mi camino comienza desde mi puerta. Desde mi eterna Plaza de San Pedro donde mi vida ha regresado, dejando atrás a mi familia en el balcón despidiéndome emocionada al verme partir vestido de superhéroe campestre, bordón en mano, sonrisa en la cara e ilusión en la mente.

Llegué a Sevilla, primera  parada de mí caminar,  en el último de los autobuses que partían desde Huelva y ahí, en Plaza de Armas, fue donde los nervios y la incertidumbre se fueron apoderando de mí. Me encontraba solo en una estación esperando un autobús que salía a las once y media de las noche. Fueron casi dos horas de soledad, de silencio, de nervios, de dudas, viendo como el tiempo iba transcurriendo lentamente, esperando ansioso la hora de partir. Al fin, y con cerca de media hora de retraso,  nos pusimos en marcha hacia el norte de España y… quizás, o mejor dicho, sin duda,  fue lo peor del camino. El viaje al norte. Muchas horas de autobús, incómodo, toda la noche en carretera… Para colmo, en Zafra, cuando ya encontraba mi posición y el cansancio iba ganando la batalla al nerviosismo… un control de la Guardia Civil. Nos hicieron bajarnos a todos y coger el equipaje de cada uno. Figúrense mi estampa, vestido “de romano” con el bordón en la mano, la mochila con la cantimplora colgando… ni me miraron. Era obvio donde iba, ni si detuvieron en mí. El viaje continuó su rumbo, eso sí, con dos pasajeros menos “sospechosos” de llevar cositas malas en sus equipajes.

La  noche en la carretera seguía y la pesadez se agrandaba. Venían a mi mente escenas de míticas road movies donde siempre hay un motivo para huir y refugiarte en la carretera. Daba cabezadas, me desvelaba, me dormía... ese run run  de la incómoda travesía era el que me llevó, ya de día, a la misma Estación de Autobuses de Ponferrada. Por fin.  Llegué, ya estoy aquí. Ya tenía en mente la idea de que iba a comenzar a caminar desde esa misma mañana y no iba a hacer pernocta en la capital del Bierzo. Aún tenía muchísimas horas de sol por delante y podía y debía aprovecharlas. Además debía liberar la adrenalina acumulada de mi primera etapa de la singladura jacobea. De pronto, mi cansancio y mi sueño, desaparecieron de golpe al verme con la mochila en la espalda, el sol en todo lo alto, y kilómetros de travesía a mis pies… la adrenalina, como digo, hizo el resto.

Al principio, mis pasos eran dubitativos, lentos. Preguntaba a todo el que me encontraba: “oiga buenos días… ¿el Camino?”… las nobles gentes del Bierzo te indicaban que iba bien y me instaban a seguir las flechas amarillas… las flechas amarillas… único amigo fiel del peregrino. Como neófito peregrino no quería perder detalle de cada piedra que dejaba atrás.

Poco a poco iba cogiendo mi ritmo, encontrándome con peregrinos y lugareños, saludándonos, animándonos. El arrojo envalentonado tan propio de nuestra patria iba creciendo y los pueblos iban cayendo uno tras de otro: Columbrianos, Fuentes Nuevas, Camponaraya… Ya iba haciendo cábalas de que podía llegar hasta más allá de mi destino en el primer día. Los campos castellanos son planos y con buenos caminos, se anda fácil, el aliento de los mayores con sus saludos te anima, se avanza rápido. Lo negativo, y no menos importante, era el calor, que con el avance del día el señor Don Lorenzo se iba enfadando y hacía necesaria la búsqueda de inexistentes veredas sombrías, hecho que casi sin ser consciente, te iba mermando las energías lentamente. Llegado a Cacabelos decidí hacer una parada para comer algo y valorar la situación. Supuestamente en el día de hoy no tenía que andar, comencé para probar, por estirar las piernas del pesado autobús… pero el destino de la etapa estaba a sólo 8 kilómetros. Pensé en pernoctar en Cacabelos, pero… ¡si aún era mediodía y me encontraba pletórico!.  Así que, comiendo algo de fruta a la sombra de la Iglesia Parroquial, decidí que iba a continuar mi andadura y completar los primeros 25 km. de mi Camino.  Sin duda el tramo entre Cacabelos y Villafranca del Bierzo es el más duro de la jornada. Es una broma… porque a la salida de Pieros, el siguiente pueblo, un camino a la derecha te desvía por un tortuoso camino de piedras, de subidas, de bajadas, que desembocan en Valtiulla de Arriba, una aldea con dos gatos y una señora haciendo ganchillo. Entre la broma del desvío, el calor insoportable que ya pegaba fuerte, y el zumbido incesante de Daniel, un ex monje franciscano capuchino de Colombia hablándome sobre la masturbación, mi único deseo era llegar cuanto antes a mi destino y darme una más que merecida ducha. Y por fin… Villafranca del Bierzo, un pequeño pueblo encantador con gran ambiente peregrino.

Después de varias vueltas en busca de alojamiento terminé en el Albergue Viña Femita. Sinceramente no estaba nada mal. Muy limpio, con amplias camas, buenas sombras… el problema es que ni el precio final fue el que nos dijeron, ni todos los servicios como lavandería estaban incluidos. Cosas de la masificación del verano del Camino y de la “comercialización turística” del mismo. Después del primer choque en la recepción tras discutir por el precio, decidí que no tenía sentido y debía disfrutar de cada segundo del camino. Por lo que me di una larga ducha relajante y me senté en las frescas sombras que rodeaban al edificio para picar algo. No quise dormir siesta. Prefería llegar a la noche para así llegar con más sueño y caer antes. A media tarde conocí a Fran, un chico malagueño de Coín con el que compartí gran parte de la tarde charlando sobre las motivaciones de nuestro peregrinaje. También coincidí con Suzanne, una bellísima mujer alemana con la que cené intentando charlar lo más coherentemente posible. Temprano, muy temprano, sobre las nueve de la noche decidí irme a tumbarme a la cama a relajar la espalda… y Morfeo hizo el resto.

Qué razón tenía mi hermano Manolo cuando me dijo que no hacía falta poner el despertador. En los Albergues te despiertas quieras o no sobre las 6 de la mañana. El trajín de mochilas que se abren, de sacos que se recogen, de bolsas de plástico… te hacen levantarte a esa hora quieras o no. Hoy tocaba etapa durísima… esperaba la subida al mítico O Cebreiro. Al salir del Albergue coincidí nuevamente con Fran y con otros dos chicos cordobeses, muy buena gente, muy sencillos… pero no era mi rollo. Prefería ir solo por varios motivos. Una cosa es coincidir con alguien unos kilómetros y otra es hacer planes de donde vamos a desayunar, comer o dormir. No era mi rollo no. Por lo que después de desayunar en el Trabadelo opté por anunciar que iba a seguir mi ritmo, un falso y equivocado ritmo altísimo para dejarlos por detrás e ir a buscar mis íntimas y personales sensaciones. La salida de Villafranca fue preciosas,  con las primeras luces del día te vas alejando del pueblo y vas serpenteando por caminos asfaltados hasta que Villafranca se pierde a tus espaldas entre frondosos bosques de un verde intenso.

Desde bien temprano se anunciaba que durante el trayecto también tocaría sufrir un fuerte calor. Notas como los pies y la cabeza se van calentando poco a poco y necesitas ir buscando sombras y agua para refrescarte sobre todo el cuello (qué sabios los eternos consejos de mi hermano y maestro peregrino). Opté por no ponerme el gorro, me agobiaba más la sensación de tener la cabeza tapada que ir refrescándome el pelo de vez en cuando. Lo prefiero así.

Un rosario de aldeas que parecen no tener ni principio ni fin te acercan a los pies de la mítica subida del Camino,  La Portela de Valcarce, Ambasmestas, Valcarce de la Vega, Ruitelán, Las Herrerías… son la retahíla que vas dejando atrás una tras otra como si fueran eslabones de una cadena. Personalmente iba con paso firme, quizás demasiado rápido y confiado en este tramo. Me cegué en llegar rápido a la base de O Cebreiro pero… ¡qué caray! me encontraba bien, mis piernas respondían y… ¡que tampoco se andar más lento!. Me acordaba mucho de mi primo y compadre Dani en uno de sus mensajes de aliento que recibía en el móvil: “la gente de Huelva lleva en su ADN el caminar”. Quizás sea cierto, es más, es cierto. Creo que la carroza de la Virgen de la Hermandad del Rocío de Huelva lleva mulos porque los peregrinos de Huelva solo saben andar rápido y tirones. Nos aburriría otra cosa.

En Las Herrerías, antes de iniciar el ascenso, coincidí en una tasca de entrañable sabor peregrino con una pareja de San Sebastián súper simpáticos. La verdad que hoy terminaban el Camino, lo estaban haciendo por partes y este año llegaban hasta O Cebreiro. No sé. Cada cual hace su camino como quiere y puede, imagino. Pero es como salir de costalero e irte para casa en La Placeta.

Dejé atrás Las Herrerías y justo a la izquierda si inicia la subida. Mi mente viajaba a míticas etapas de montaña del tour en los primeros metros, esas pendientes constantes con curvas cerradas… pero, apenas comenzada la ascensión la cosa cambia. Entras en un camino de piedras estrecho, cubierto de grandes árboles y empiezas a subir, y a subir, y a subir… giras una curva y sigues viendo el pedregoso camino en ascenso, y llegas a la curva… y sigue el ascenso… Los pies se machacan de pisar las pulidas y deformes piedras. Una tortura. Una autentica paliza. Pero... única. El primer tramo hasta La Faba, que apenas llega a los 4 km. es simplemente demoníaco. Me acordé de mi hermano Manolo y pensé… éste tío como ha subido esto… en serio, me acordé de él cuando me decía que “hay que llevar al cuerpo al límite para abrir la mente”. Nada más cierto. Mientras ascendía pensaba… “Jesús… tu puedes… tu puedes… tu puedes hacer lo que te plantees… otro paso más… otro… tu puedes…”. Quizás esa sea la reflexión personal que extraje del Camino. Puedo. Y Pude.

A mitad de subida, en La Laguna, paré a tomar algo de azúcar que me recuperara un poco. La subida se me empezaba a enquistar por el elevado ritmo y por el calor que hacía. También era curioso ver cómoel paisaje de la subida iba cambiando. Atrás y abajo quedaban frondosos árboles para ir ascendiendo a un terreno más árido y áspero. El sol golpeaba egoístamente por todos lados. No había apenas árboles y el camino ascendía por la cara sur del monte donde el sol pegaba directamente. Siguiendo la subida, ya con un ritmo más decoroso e inteligente,  me crucé con tres chicas de Vitoria encantadoras, con la que compartimos risas y ánimos. También coincidí con una pareja de granadinos, andaluces que somos, cargados de medallas de cofradías de Semana Santa. Por razones lógicas, omití entablar conversación cofrade con susodichos personajes por temor a ser abducido en una charla que a nada conducía en aquellos parajes.

Al fin llegué arriba, a O Cebreiro, un poblado de piedra gris ya en terreno gallego donde se agolpan las tiendas de recuerdos, los bares, las pensiones… todo estaba un poco alejado de la paz que buscaba.  Sin duda es uno de los puntos clave del Camino y así lo demuestran la gran cantidad de autobuses y coches que estaban arriba robando el encanto del momento. Después de agotar mi cuerpo y abrir más que nunca mis sentidos, allí me sentía como un extraño y, en unos de esos ataques de gloria que de vez en cuando me entran decidí… voy a seguir caminando. Después de la etapa del día, de subir Piedrafita, del calor, del hambre, de la fatiga, de la hora… y me da por seguir. El próximo albergue no estaba lejos del todo, a unos 6 km. de distancia y sin complejidad excesiva, además por carretera, camino llano… total que para adelante. Dejé atrás O Cebreiro y proseguí mi camino hasta Hospital de la Condesa. Durante esta hora y algo que duro este trecho coincidí con un peregrino de Dos Hermanas, que venía desde Roncesvalles. Reconoció mi procedencia por mi acento, y además por mi pañuelo rociero que siempre llevo anudado al mi cuello. Me soltó un “tu eres de abajo ¿no?”. Al oir ese inconfundible acento me sentí más orgulloso de mi procedencia que nunca.  Anduvimos juntos un buen rato charlando de lo diferente que somos “la gente de abajo”, de nuestras costumbres, de nuestros modos… así  llegamos en nada hasta llegar a la aldea de Hospital, un pequeño y anónimo poblado de casas de piedra, eso sí, con un restaurante donde se comía bastante bastante bien y con un albergue que, para mí, es el mejor que me he encontrado en el camino. Después de ser recibido por la hospitalera y darme la pertinente ducha, vino el bajón físico. Me di cuenta, tanto mi cuerpo como mi mente,  que los 40 km. de hoy, dejando atrás la subida, habían sido una autentica burrada y una paliza. Me encontraba sencillamente sin fuerzas y mis pies ardían por el esfuerzo.

Aquella tarde tuve una de esas historias propias del Camino. Después de comer coincidí en el soportal del Albergue con Ana, una mujer abulense, ya más que adulta, la cual no se despegó de mí en toda la tarde. Sin duda, son de esas historias que se reflejarían en una película cómica cobre el Camino. Yo decía… “bueno Ana, voy a estirar un poco las pierna”… Pues yo también… “Ana, voy a tomar café”, Pues te acompaño. Ana... voy a ahorcarme un rato, vale los dos… ¡Dios!. Pero… lo mejor está por llegar cuando hablando de las ampollas del día (gracias a Dios mis pies terminaron la jornada sin que hicieran presencia) me dice: “¿tu sabes curar ampollas?”... y digo… bueno, si... no… no se… no creo. “Mira, pues me vas a curar una que tengo en el dedo”. ¡¡¡Madre mía, con esto, y la confesión con los Linguaxeros tengo más que ganado el año de indulgencia!!!. Ahí tuve que tirar de casta y hacerle la reparación a la señora que, una vez sanada de mala forma y peor fe, pude dar esquinazo al decir “voy a hacer una llamada”. Me refugié en el bar de la aldea a tomarme un cafelito y a escribir mis anotaciones y reflexiones diarias pero… pesadilla… resonó en el cogote un “oye que bien estoy, gracias, te invito a un café”. ¿Qué digo, no?. En fin. Me di por vencido y tuve que ver todas las fotos de su familia que llevaba en el móvil. Al fin y al cabo no dejo de ser un petardo antipático.

La tarde pasó y después de picar algo de cenar, también con Ana, como no podía ser de otro modo, por fin me quedé solo y me fui a la salida del pueblo a sentarme junto al camino a ver cómo la tarde, ya casi noche, me hacía ver que la vida, a fin de cuentas, son una conjunción de momentos, de personas, de hechos que, por mucho que nos empeñemos y queramos, estamos obligados a disfrutar. De regreso al albergue, pasé de nuevo por el bar y, con la compañía de algún lugareño absorto en su propio mundo, probé el orujo de la casa a la salud de mi hermano José Andrés, gran orujero y galego de adopción….¡Albricias! Muy casero el orujo, eso sí, me hubiera gustado con un poquito más de hierbas en el alcohol… Uf… Al llegar al albergue ya todos estaban en esa retahíla casi silenciosa de conciliar el sueño. Muchos aprovechan esos momentos para atender los mensajes del móvil, otros para darse algún abrazo cariñoso con sus acompañantes o bien cruzas alguna mirada sonriente con la persona que tengas al lado en la cama. Esos momentos de calma, de paz después de un día duro de camino. De sosiego previos al sueño del peregrino… Ese sueño jacobeo que te llega sin pedir permiso y en el que te entregas inconscientemente del modo más dulce…

Al siguiente día pagué con creces el maratón del día anterior. No pudo ser. Pájara. Lógica. Con todo y con eso cumplí los 25 km. que me separaban de Samos. Ni encontraba el ritmo, ni las piernas me respondían. Eran dos bloques, pesadas, duras. Imposible coger el ritmo, y nada más salir, además de una estampa única de ver amanecer a tu derecha, subir el Alto del Poio. Nada, apenas 2 kilómetros, pero… en fin. Los que lo han subido sabrán lo que es. Así que me plantaba sobre las 7 de la mañana habiendo subido el Poio, con las piernas como el mármol, cansado y sin ritmo… Y Samos a 20 km.

Dejé atrás Fonfría y Viduedo, donde retomé fuerzas con el desayuno en un lugareño y solitario bar de aldea. Bueno, desayuné a medias… se me cayó al suelo una de las tostadas… y boca abajo obviamente, ¡coraje Dios!

Desde el Alto del Poio hasta Samos todo es una interminable y eterna cuesta abajo. Y si complejo es subir… igual de duro (o más) es descender. Tienes que ir haciendo fuerza con piernas y brazos para no desestabilizarte e ir al suelo ni coger demasiada velocidad. ¡Qué imprescindible es el compañero bordón en estos momentos!. El camino es prácticamente el mismo que el de subir O Cebreiro pero en sentido descendente, a veces ves rampas que dices… me siento en el suelo  y lo bajo como un tobogán que es más sencillo y factible. Pero no, ahí sigues luchando contra un camino por el que han discurrido millones de peregrinos desde hace siglos. Tengo que decir que en el descenso se me  torció el tobillo en tres ocasiones, algo muy frecuente y con lo que hay que tener cuidado porque suele ser el motivo del fin del camino para más de un peregrino. Gracias a Dios no trascendió la cosa a más y continué sin problemas.

Llegar a Triacastela se me hizo eterno. Lo ves abajo en el valle, lo ves, lo ves… pero jamás llegas. Por cierto, como anécdota, me crucé en el descenso con unas hordas de Indignados de la Plataforma Democracia Real Ya que hacían el camino al revés… para llegar a Madrid a protestar… Iban con su parafernalia: sus perritos, sus flautitas, sus juegos malabares, sus pantalones morados con los fondillos caidos, sus miradas cristalinas de sospechosas procedencias… “Peregrino ¿unas monedillas para la causa?”… me detuve con ellso unos minutos para compartir sus intenciones y desearles la más sincera de las suertes. A pesar de todo… ellos van a lo suyo, como yo a lo mío. Igual ellos tampoco entienden que me haga una kilometrada para darle un abrazo a un santo…

Una vez en  Triacastela y me metí en el primer bar que vi medio decente y me tomé un zumo de naranja con premura para recuperar el aliento perdido en el frenético descenso . Me desvestí de mi otro yo (mi mochila) y mi espalda lo agradeció eternamente. Creí oír a mi espalda suspirar de alivio.  Descansé un buen rato ojeando la prensa que había en la barra del bar sin prestarle más atención de la necesario. Lo necesitaba. Estaba fatigado, realmente cansado. Es de esos momentos que me decía mi hermano Manolo en los que piensas… “¿yo que hago aquí en medio de un pueblecito de Galicia, harto de coles, con un recalentón impresionante pudiendo estar en mi casita?”. Lo piensas, claro que lo piensas. Pero ves tu mochila, tu bordón, la credencial, la foto de mi peque siempre presente, algún peregrino sentado frente a ti con la misma cara de cansado, te miras a ti mismo y te dices… hay que seguir. Como la vida. Esa parada me sentó francamente bien. Retomé un poco el aliento después de la bajada infernal y retomé el camino. Justo en este pueblo el camino toma dos variantes. Por San Xil, más corta y fácil, o por Samos, 6 km. más larga y compleja. Mi maestro peregrino, mi hermano, me dijo que optara por Samos que no me arrepentiría. Y ¡vive Dios! que no te arrepientes. Personalmente creo que el tramo entre  Triacastela a Samos es el trozo más bonito del camino. No se anda mal. Hay tramos de carretera, otros de camino y otro por medio del bosque, hay de todo. Y por supuestísimo te cruzas con Sancristobo, el que considero el pueblo con más encanto del todo el camino. Y le digo pueblo por no faltarle el respeto lógicamente porque son literalmente tres casas. Tres y separadas por el rio Oribio. Pero sus caminos son oníricos, verdes, frondosos, silenciosos, místicos, únicos... Quizás Peter Jackson tuviera que visitar estos parajes y caminos si quisiera rodar de nuevo El Señor de los Anillos.

El siguiente pueblo Renche, muy cerca, casi seguido y de ahí a Samos solo restan 4 km. Pero dicha distancia tan corta se me hicieron eternos, por mi hijo lo digo. Eternos. Me paraba cada veinte pasos. No podía más, agotado. Sin gasolina. Daba otros diecinueve pasos y otra vez parado, cualquier repecho o cuesta me parecía el Angliru. Otros quince pasos y parado… Esa sensación de no tener ni gramo de fuerza. Me sentía acabado, y de pronto, tras un recodo… El majestuoso e imponente Monasterio de Samos a tus pies ¡qué alivio!  Apenas me separaba una empinadísima cuesta abajo y llegaba al pueblo. Descendí lo más decorosamente posible y llegué hasta el Albergue, pero... abría a las tres de la tarde y eran las dos cuando llegué, por lo que mandé la mochila lo más lejos que pude y me senté en el bar de enfrente a refrescar mi seca garganta con una exquisita sidra y dos trocitos de tortilla de patatas. Manjares de Dioses a la altura de película en la que estaba.

El Albergue de Samos está dentro del propio Monasterio. Seguramente no es el más limpio ni el que tiene los mejores medios, ni el más cómodo. Pero es una grata sensación reconfortante poder dormir al cobijo de un Monasterio en pleno camino de Santiago. Uno de los atractivos de esta parada es la obligatoria misa de media tarde. Totalmente cantada en Latín, con mucha parafernalia, con una ceremonia muy autentica y pura. Es de esos momentos reconfortantes para el alma en el vacío de una iglesia, oyendo los cánticos en latin, el olor a incienso, el cansancio en el cuerpo… momento místico, muy mío, que sabéis que soy de eso.

La tarde dio poco más de sí. A caballo entre la cama para descansar la espalda y las piernas y los alrededores del Monasterio. Apenas había ni ganas ni fuerzas de nada. Concilié el sueño como buenamente pude a pesar de las risotadas de un grupo de scouts que venían haciendo “el camino”. Ni ánimos tenía de sacar mi lado más Rodríguez y mandarlos a tomar por donde dijimos. Yo a lo mío, a descansar, que es lo que necesitaba.

La siguiente etapa es de auténtica transición. Es de esos días en los que  tienes que avanzar hacia tu destino, hacia el objetivo, lo más rápidamente posible. Salí de Samos muy temprano, el albergue estaba llenísimo de peregrinos e hice por salir rápido y temprano para ir caminando esos primeros momentos del día en soledad. Qué sensación más deliciosa es acompañar al campo en su despertar. En el día de hoy se disfruta del caminar, no es una etapa demasiado exigente, y la orografía que presenta es la justa para sentirte peregrino, sin necesidad de sufrir en exceso ni de ser un mero transeúnte. Los primeros pasos de la jornada, aún de noche y con el fresco de la mañana lavándome el rostro, fueron muy emotivos. Nada más salir de Samos coges a la derecha un camino que te lleva por unos senderos entre bosques frondosos y silenciosos. Es una bendición sentirte rodeado por la naturaleza en su máximo esplendor. Los primeros kilómetros forman un entramado de opciones, caminos, atajos que te hacen entretenerte como si fuera un juego. A veces observas múltiples flechas amarillas que indican caminos diferentes… pero… no hay problema. Ya a estas alturas no hacen falta flechas, sigues, sigues, porque sabes que vas a llegar.

Las flechas amarillas son increíbles. A veces vas pensando “hace tiempo que no veo una, iré bien”... y zas justo ves una. O a veces, vas mirando al suelo pensando en otras cosas, piensas en una flecha y la ves. O sabes dónde tienes que mirar porque sabes que ahí hay una flecha. Silencioso romance el que se establece entre peregrino y flechas amarillas.

Después de pasar mil y una aldeas como Teiguin, Ayan, Gorolfe, Perros, Sivil, Pascais… se llega temprano a Sarria. Otro de los puntos clave del camino puesto que es el lugar desde donde lo comienzan muchos peregrinos ya que supera en poco la centuria de kilómetros necesarios para obtener la Compostela.

En Sarria el panorama empieza a cambiar. Los 12 kilómetros anteriores de buen camino, de juego laberíntico, de agradable caminata, dejan paso al tramo más duro de la etapa. En la propia Sarria debes de sufrir la subida a la Iglesia Parroquial para luego afrontar una bajada brutal dejando el Cementerio a tu derecha. Una bajada que asusta. En apenas 200 metros  de distancia se puede bajar no sé yo… Con las bajadas es con lo que más sufro. Lo constato. Mis pies sufren muchísimo. Me duelen, al igual que las rodillas al tener que ir frenando el peso y la inercia del descenso. Odio las bajadas. Y tras bajar, subir. En este punto a la salida de Sarria se inicia un lento camino en ascensión, apenas duro, apenas inclinado, pero muy prolongado y constante. Cruzamos las vías del tren y el azar me hace detenerme a mitad de la ascensión en la aldea de Barbadelo, donde un anciano sacerdote me invitó a poder disfrutar de un momento de rezo íntimo en la soledad de una iglesia románica. ¿Se puede rechazar eso?. Accedí a su alternativa y allí, de rodillas, ante la penumbra silenciosa y el olor a piedra mohosa de una anónima obra del Románico, pensé en los míos y rogué a Santiago salud para todos. Ese momento de aliento espiritual me confortó el cuerpo y seguí la calurosa ascensión dejando ya atrás el punto kilométrico 100. Este momento es un antes y un después ya que una vez superado empiezas a volar y observas como como las decenas caen. 90, 80, 70… empiezas a ver el final. Empiezas a notar que se acaba.

Físicamente estaba perfecto (el día me lo estaba tomando como disfrute y como recuperación del día anterior) y la hora era óptima. Pero a escasos 5 km. de Portomarín, final de la etapa, me crucé con un Albergue privado en la aldea de Mercadoiro con una pinta excelente. Dudaba en llegar a Portomarín o pernoctar allí. Sopesaba las ventajas e inconveniente de llegar a un pueblo grande e importante porque ya sabía lo que iba a encontrarme. Finalmente opté por  quedarme en mitad del camino, optando por el silencio respetuoso del campo con el peregrino anhelante de descanso. Así que entré, y di por finalizada la etapa del día.

En este Albergue supe lo que es la amistad en el camino. Compartí sobremesa con Violín, un chico búlgaro de nacimiento pero de nacionalidad austriaca. Una persona encantadora, cansado de su trabajo de programador en una multinacional con interminables jornadas de trabajo, decidió un día salir a caminar. Comenzó su travesía en Roncesvalles hacía ya tres semanas. Confieso que sentí más que envidia al ver las fotos de los Pirineos, en Pamplona, La Rioja… lo haré algún día, me lo prometí. La verdad que mantuvimos una conversación interesante utilizando la variante peregrina del Esperanto: mezcla de andaluz, español, galego, francés, inglés, alemán, búlgaro… la cuestión es que nos llevamos toda la tarde charlando sobre la vida, la familia, la amistad, el trabajo… y nos entendimos perfectamente.  El Camino. Eso es el Camino, no otra cosa. El encargado del Albergue también era una persona espectacular. José, un chico valenciano que lo dejó todo en su casa por montar un Albergue en pleno Camino. Compartimos risas, charlas, cervezas y algún que otro orujito de la casa, que por cierto, de vez en cuando corría a cuenta del propio José. Ole las buenas gentes del camino. También me hizo gracia la cara que puso una chica australiana cuando le nombré el quince titular de la selección aussie de rugby… se descojonaba al ver cómo me sabia el nombre de los jugadores, aunque… me hundió cuando me dijo que yo no tenía pinta de jugador de rugby jajaja. Claro, acostumbrada a las bestias infames del hemisferio sur… siempre nos quedará en Europa el rugby Champagne. Así, entre amagos de conversaciones, entre orujos, risas e historias, llegó la noche y la hora de dormir…

El día siguiente lo destapé bastante temprano. Me desperté el primero de mi habitación y en el máximo silencio que pude empecé a prepararme para la nueva jornada. Aún era de noche y apenas entraba luz por la ventana, por lo que me tomé mi tiempo para vestirme a sabiendas que sería el primero en comenzar a caminar. Nada más abrir la puerta del Albergue… una nueva sensación peregrina. Caminar bajo la lluvia. Una capa constante de una finísima e invisible agua me acompañó en los primeros pasos. Era tan débil (pero tan constante) que no merecía la pena protegerse pero, notabas cómo te iba calando por dentro de un modo peligroso.

Dejé atrás Mercadoiro y en apenas cuarenta minutos, ya amaneciendo, llegué a Portomarín. Otra broma. Resulta que llegas a la orilla del Miño y has de cruzar para llegar a la localidad. Luego tienes que subir unas escalinatas horribles y vuelves a bajar una cuesta para desembocar en otro puente que tienes que cruzar al otro lado nuevamente…. ¡cosas del camino!. De todos modos, en el propio pueblo,  aproveché para tomarme el primer café del día donde coincidí en el desayuno  con Isabel, una peregrina de Madrid que llevaba un día andando… y ya no podía más. Madre mía, pensé yo. Proseguí mi camino entre la lluvia y un buen número de peregrinos que sobrevivían en su singladura. Los caminos de Gonzar, Castromayor y Hospital de la Cruz son caminos entre bosques poblados y de buen caminar. Se avanza, se disfruta. Hoy es quizás el día con el que más peregrinos te vas encontrando. El camino se hace un goteo intermitente de mochilas y bordones. También me sorprendió la gran cantidad de excursiones de grupos Scouts o religiosos con los que coincidí. Aunque no me gusta caminar a su lado, hay que decir que aportan un poco de frescura al camino con sus risas y sus cánticos, hecho que a veces se hace necesario.

Hasta llegar a Eireche caminas por un infinito poblado… no sabes dónde empieza una aldea y comienza la otra y  siempre vas viendo algún núcleo rural, dispersos, pequeños, aislados… pero ahí están, marcándote el Camino. Una vez ya en Eireche volví a acordarme de una de las recomendaciones de mi hermano Manolo que me dijo antes de salir, en este caso sobre los usos múltiples del bordón. Resulta que me adentré en las calles del pueblo, fuera de lo que es el  propio camino en sí, para buscar un bar y tomar algo fresco. Pero claro, cuando me di cuenta estaba en un patio de vecinos con una jauría de perros que venían hacia mí de muy mala gana y peores intenciones. Retrocedí mis pasos a la carrera y tiré de bordón para ahuyentar a las fieras lo más convincentemente posible. Dios, temí por un momento que no estuviera en condiciones de disputarle la carrera a los salvajes perros, pero salí de la situación lo más decorosamente posible. Eso me pasa por irme por donde no debo.

Acumulaba ya en las piernas cerca de 25 kilómetros y  esa capa de lluvia invisible del inicio de jornada desapareció radicalmente para dar paso al sol y, claro, llegó el “tío del mazo”. Pájara. A dos kilómetros del destino final en el día de hoy, Palas de Rei, me entró un pajarón de caballo quizás peor que el de algunas jornadas atrás. No podía más. Ahora puedo presumir de saber cuál  esa sensación de los ciclistas cuando se acaban las fuerzas y ni puedes dar pedales. El dolor en la rodilla era sencillamente insoportable (los achaques de mi amado rugby que siempre aparecen cuando menos los esperas). Menos mal que apenas me separaban del destino un par de kilómetros, dos mil metros de nada que se me hicieron eternos que, además de la fatiga física, sumas la mental porque en momentos como éste es cuando vienen a tu cabeza por qué y para qué estoy aquí. Mi situación personal y familiar llamó a mi cabeza, se me vino el mundo encima al pensar en todo ello y sobre todo en mi pequeño rey. Y todo eso, todo eso, te hundes un poco más.

Finalmente me hospedé en el Albergue Mesón de Benito, justo a la entrada del pueblo. Fantástico. Muy limpio, moderno, cómodo, y sobre todo con un grupo humano espectacular. Mientras almorzaba compartí charlas con el propietario del local, el cual no paraba de ofrecerme más y más comida durante el almuerzo. Me decía “al peregrino hay que tratarlo con cariño y con cercanía”. Lo recordaré siempre. Buena persona, sin duda.

La tarde en Palas fue muy agradable y relajada. Muchísimo ambiente peregrino en bares y plazas por todo el pueblo. Cuando ya el sol se apagaba lentamente, coincidí en uno de esos bares con mi amigo Violín, el cual me invitó a pulpo y pimientos de Padrón, mientras nos adivinábamos las palabras que nos intentábamos decir. Un grande en toda regla. También coincidí con la chica de esta mañana, Isabel de Madrid, la cual me confesó que está pensando abandonar y regresar a Madrid porque ni le estaba gustando y se le estaba haciendo muy duro. También me confesó, algo ruborizada,  que había cogido un taxi los últimos 10 kilómetros de etapa... No veas la parrafada vital y emocional que le solté, terciando dos jarras de cerveza, animándola a seguir luchando e invitándola a seguir para demostrarse a sí misma que podía con todo esto y, al menos, me confesó que lo haría.

Ya entrada la noche volví al Albergue donde disfruté plácidamente de un bocata (enorme, bestial) de bacon con queso, en pan de barra gallega, con una grandísima jarra de La Estrella de Galicia. Momentito personal e íntimo del día. Inigualable… y de ahí, sin tiempo a nada y cansado del día y de los kilómetros, a dormir. Una tarde y un día fantástico. Cada día me encuentro más feliz y orgulloso por hacer esto.

Al día siguiente volvieron a mis piernas las malas sensaciones que tuve el día después de subir O Cebreiro. Supongo que en este caso no sería por la dureza de la etapa anterior, sino por los kilómetros que empiezan a acumularse en la mochila y la falta de un descanso adecuado y placentero. La cuestión es que desde bien temprano no encontraba  ritmo en mis pesadas piernas y tenía por delante 30 km. hasta Arzúa, hecho que hizo que me sobreviniera una sensación de desaliento que fue marcando los primeros metros de la etapa. Además, según me comentaba mi hermano Manolo días atrás, la etapa de hoy se presentaba como un auténtico rompepiernas de subidas y bajadas, caminos de piedras, de tierra, carretera… aunque, dicho sea de paso, y sin llegar a ser un consuelo porque no quería que finalizara, es también  la última etapa dura del Camino del que apenas distan ya 40 km. hasta la Catedral de Santiago.

Otros de los aspectos con los que te chocas en el día de hoy y te acrecienta el desánimo es  el cada vez más numeroso grupo  de peregrinos y gentes que se acercan al camino, aparecen nuevos personajes, nuevas amistades. Conforme te acercas al destino todo se vuelve mucho más turístico, menos auténtico.

De las primeras horas de la mañana recuerdo el desayuno en O Coto, ya en la provincia de A Coruña. Un desayuno alternativo, en un pequeño bar de una pequeñísima aldea entre arboledas. Un café, un plátano y una porción de empanada. Desayuno raro sin duda, pero bueno, fue lo mejor que podía ofrecer aquella anciana de acento indescriptible y manos agrietadas.

Vagando por los caminos se llega en apenas un par de horas a Melide, la capital del pulpo. El único problemas es que eran las 9 de la mañana y como que… no apetece en absoluto a probar el que dicen que es el mejor pulpo a la gallega. Un pena. Por cierto, una anécdota al entrar en Melido, reconozco que tuve que hacer como mínimo unos 4 kilómetros más porque… si, lo reconozco. Me perdí. Iba pensando en mis cosas y me despisté. Veía a los lejos Melide, no había problema pero, resulta que Melide jamás llegaba y la iba dejando cada vez más a mi derecha. También observé que  el camino no tenía ni una flecha amarilla ni señalización alguna. Total, regresé sobre mis pisadas y retomé el camino después del lógico enfado por regalarme algunos kilómetros de más los cuales a la altura de película en la que estamos no son bien recibidos. Justo antes de llegar a Melide se cruza Furelos, un pueblo con muchísimo sabor gallego, precioso, y después accedes por una interminable cuesta a Melide, una ciudad con todos sus servicios. Cruzar una ciudad con coches, autobuses de línea, Policía Local ordenando el tráfico… y tu vestido de “romano” como yo digo, es bastante extraño. Llegas a acostumbrarte a la soledad y al silencio de los caminos y entrar en una ciudad molesta a los ojos y a la mente.

Desde Melide a Arzúa distan 15 kilómetros, pero me resultaron como al menos 500. El camino se hace duro, Don Lorenzo agota poco a poco y merma facultades (los cambios entre el frio de la madrugada y calor del mediodía no sientan bien) y los pasos se hacían cada vez más costosos. Tras dejar atrás Melide encuentras un buen trecho de camino sin aldeas, Boente el próximo núcleo que te encuentras, está a casi 6 km. Y eso mentalmente también te quema. Hoy el desánimo hace mella ¿se nota verdad?. Pero, como autentica y verdadera reflexión del Camino, hay que seguir, como en la vida. Hay días mejores, días peores… pero no puedes dejar de caminar. Recuerdo uno de esos mensajes que recibes en el móvil que te aportan ese plus de energías. De mi hermano Manolo: “You´ll never walk alone”. Sin comentarios.

Pasando Castañeda llegas a Ribadiso da Baixo, ya apenas a 4 kilómetros de Arzúa, pero sus cuestas son simplemente mortales. “Da Baixo”… El nombre no es gratuito. Es un tobogán brutal con unas pendientes que te matan. Y luego,a subir hasta Arzúa. Quizás fue el peor momento del camino, quizás no. Lo fue. Lo de O Cebreiro y el día siguiente era distinto. Este momento, la llegada a Arzúa fue dramática. Parece que cada día voy a peor, pero es que en cierto modo es verdad. Sería por el calor, por mi ritmo aceleradísimo en el caminar, por no haber desayunado bien… no lo sé. La cuestión es que a dos kilómetros de llegar no podía dar ni un paso más. Daba dos pasos y me paraba. Otros dos y me paraba. Para colmo vi algo que me desmontó por completo. A la entrada del pueblo vi como de un taxi se bajaban tres peregrinos orientales y comenzaban a caminar “para llegar andando”. No sé si me desanimó o me alentó, pero aquello me hizo pensar que mi esfuerzo, al menos, era sincero. Llegué como sólo Dios supo cómo. Mareado, con dolor de rodillas (me estuvo matando ese dolor), con muchísima sed, cansado… Busqué el Albergue Vía Lactea, uno de carácter privado en el que ya tenía decidido pernoctar y antes de nada me di una ducha más que merecidísima. Apenas había nadie en el albergue, por lo que me relajé duchándome con toda la tranquilidad del mundo disfrutando del agua caliente relajando mi cuerpo.

Con una buena ducha, ropa limpia, una cerveza y una hamburguesa del bar de la plaza del pueblo, con eso, volví a ser persona. La sombra de los árboles de la plaza garantizaba un frescor agradable y placentero. La sobremesa a la sombra de aquella plaza fue eterna. Ni podía ni quería moverme. Un café acompañaba mi reponedora y tranquilo tarde. Respirando, descansando. A veces un simple café supone un momento de relax único ¿por qué no lo sabemos valorar a veces?

Arzúa huele a Santiago. El ambiente juvenil y peregrino mezclado con las piedras de sus calles recuerdan a los alrededores del Obradoiro, siempre bulliciosos y repletos de vida. Al viajar mentalmente a Santiago no pude frenar el recuerdo de mi primera visita. Otros tiempos sin duda. No me quise poner trabas a la hora de recordar aquel viaje ni recordarla a ella. Pensé, recordé, extraje momentos de los dos que ya formarán parte de la historia… la rabia del imposible me llevó de nuevo a verme solo en medio de aquella plaza y mentalmente besé y achuché a mi niño, cayendo en la cuenta de que debía comprarle algo como recuerdo del primer camino de papa a Santiago. Quién sabe si algún día lo hará conmigo. Ojalá.

La tarde continuaba y por Dios que fue inolvidable. En el albergue entablé conversación con Elena, una mujer alemana de mediana edad, simpatiquísima, con la cual me tomé una cerveza mientras contábamos historietas y anécdotas de nuestra vida. ¡era futbolera y estaba enamorada de Sami Khedira! . Mientras hablábamos sentados a la puerta de un bar (del que hablaré más adelante) se nos agregaron una pareja de peregrinos que recién llegaba a Arzúa. Un espectáculo de positivismo y alegría. Él, Guillermo, un chico francés de lo más gracioso del mundo. Ella, Eva, de Zaragoza. También luego hablaré de ella. Los cuatro nos tomamos algunas cervezas y entre risas y comentarios se nos sumó al grupo Joan, el dueño del bar,un tipo de los más peculiar ya que dejó toda su vida por montar un bar en Arzúa y vivir de lo que den los peregrinos. El Mandala (curioso) es un restaurante que no termino de encasillar. No es el típico bar normal y corriente, pero tampoco es un bar de peregrinos a la usanza. Es de todo un poco. Joan nos contó sus andanzas e historias del camino, el cual ha realizado unas diez veces como atestiguaban las Compostelas que colgaban de las paredes del bar. Ha hecho todos los diferentes caminos. Nos enseñó fotos, nos contaba historias… un tipo genial. Junto a él, Kanyas, su socio. Otro tipo al menos auténtico.

La tarde fue pasando y dio paso a la noche. Decidí regresar al mismo sitio para cenar y me regalé un menú de gala: pulpo, queso de Arzúa y ribeiro. Para qué más. Cuando terminaba con todo  llegaban Eva y Guillermo, que iban a cenar y me pidieron que les acompañase, por lo que me senté en la mesa con ellos a charlar y degustar el vino de la casa que Joan nos ofertaba. Allí nos reunimos de nuevo todos para seguir con las historias, las risas, los orujos, las fotos… en fin. Ya saben. Lo que son las cosas y sin adelantar acontecimientos,  en ese momento a Eva no le caía nada bien. Le resultaba el típico andaluz graciosete y porculero. Cosas que pasan.

La noche se acabó algo más tarde de lo habitual y volví al albergue el cual ya estaba cerrado y todo apagado ¡Vaya peregrino!, tuve que llamar al portero y que bajara el chaval que se encargaba de aquello por la noche. Nos conocimos antes a media tarde hablando del descenso del Depor, por lo que en lugar de amonestarme por la hora me soltó maliciosamente y entre sonrisas con un acentísimo galego un “Anda cabrón vete a dormir”.

Como si fuera el cohetero del Rocío, me acosté el último y me levanté el primero. Apenas algún peregrino se movía en sus literas cuando yo ya me estaba anudando el calzado para caminar. Y al abrir la puerta… agua. Pero agua de verdad, no como el día de Portomarín que apenas era una niebla humeda no, esto eran chaparrones. Horrible. Y además de noche cerrada. Fue la única vez que tuve esa sensación parecida al miedo a la hora de caminar. En un momento me encontré absolutamente solo y totalmente a oscuras en medio de un bosque. Tanto es así, que regresé hasta donde se podía ver algo y allí esperé que mis ojos se adaptaran por completo a la oscuridad y que empezara a clarear un poco. Y todo eso lloviendo seriamente. A pesar de todo, me dije, esto es único. Apenas tuve que esperar mucho porque llegó un peregrino francés con una linterna y lo que hice, después de desearnos buen camino, fue seguirlo a una distancia media que ni iba con el pero podía advertir la luz de su linterna.

El día fue clareando, que no abriendo ya que las grises nubes daban por hecho que el día iba a estar metido en agua, y los pasos se hacían cada vez más ligeros. Al menos ya podías ver el camino, orientarte, tirar de guía… Lo más bonito de todo es que el siguiente pueblo al que llegas después de salir de Arzúa es Salceda, que está a unos 11 kilómetros. Por lo que estás algo más de dos horas caminando a oscuras, entre bosques, en silencio… ¡os animo a que lo probéis!.

En Salceda paré a tomar una infusión caliente. No me apetecía café ni nada que comer. Era aún temprano y además no tenía nada de prisa, por lo que opté por una reparadora menta-poleo. Por cierto, la dueña del bar me decía voy a poner tu mochila en la puerta en una silla, así sirve de reclamo a los peregrinos. Me llamó la atención, simplemente.

Continué andando pero cada vez más despacio. Esto se acababa, apenas me separaban 25 kilómetros de Santiago y la sensación de que el trabajo estaba hecho lastraba mi felicidad. No quería terminar. En apenas 3 kilómetros se cruza Santa Irene, Rúa y Pedrouzo, donde justo a la salida paré nuevamente para tomar un café en un solitario bar. Lo regentaba una chica joven, embarazada de unos 7 meses y cansada  ya de su estado. Compartí con ella experiencias sobre la maternidad y lo que tiene que llegar, fue alentador compartir ese momento con ella. Yo le insistía que al final todo pasa mucho antes de que se diera cuenta y le hice jurar que se acordaría de mi cuando luego se diera cuenta que todo tiene su fin. Todo. Como la vida. Como el Camino. Apenas salí de Pedrouzo volví a topar con el peregrino Violín. Nos alegramos mucho de vernos y decidimos compartir algunos kilómetros en nuestro  caminar. Solo la lluvia callaba nuestras jocosas conversaciones ininteligibles, ni tan siquiera la presencia de los aviones que descendían rozando nuestras cabezas en el Aeropuerto de Santiago, callaban las historias del camino. Y entre risas y golpes de bordón llegamos a Labacolla… es el fin.

La lluvia no paraba y se hacía ya molesta. El olor a humedad y el sudor interno provocado por el chubasquero te hacía sentirte sucio y cansado. Por lo que decidí que la etapa de hoy se acababa en Labacolla, a escasos 10 kilómetros de nuestro destino.

Mi amigo Violín decidió llegar en el mismo día a Santiago, apenas un par de horas más de camino y ya se cumple el objetivo, pero decidió invitarme a una cerveza que quién sabía si iba a ser la última juntos en nuestro camino y en nuestra vida. Después de un rato de más historias, chistes malos en idiomas confundidos y alguna que otra anécdota personal, nos despedimos con un sincero abrazo. De todos modos, teníamos la sensación de que nos veríamos en Santiago, ya que él se quedaba un par de días allí para descansar y continuar hasta Finisterre.

Una vez solo y alojado en la Pensión del pequeño pueblo, le envié un mensaje a Eva para darle ánimos y decirle mi paradero, ya que los dos sopesamos la idea el día anterior de parar en esta aldea. Al poco rato, me respondió con un mensaje que ella también descansaría aquí huyendo de aglomeraciones y gentío en el Monto do Gozo. Por lo que al menos tendría asegurado un buen rato de charla en la noche de hoy.

Depués de comer me subí a la habitación y caí sinceramente rendido. Era la primera vez en el camino que dormía en una Pensión y tenía una habitación para mí solo, por lo que me puse cómodo y rendí homenaje a Morfeo de la manera más dulce posible. Una simple siesta, a veces puede parecer la octava maravilla del mundo.

Ya en la tarde la lluvia cesó e hizo asomar un tímido sol que apenas secó la ropa húmeda del día. A medio despertar, y aún en la cama, recibí un mensaje de Eva diciendo que estaba ya en Labacolla por si tomábamos algo y, al rato coincidimos en uno de los dos bares que tiene el pequeño poblado. No era difícil el ocultarse aquí.  Charlamos sobre el accidentado día, duro sin duda. Echamos unas risas recordando las historias del día anterior en Arzúa y nos pusimos al día de nuestras vidas y el porqué de estar allí los dos juntos en un pueblo perdido de Galicia. Fue una tarde agradable y sincera que se completó con la cena. Cenamos en el restaurante que tenía la propia pensión y allí, además de vino, compartimos reflexiones sobre nuestra vida y charlas animosas que contagiaban la alegría mutua de la inminente llegada a nuestra meta.

No sé si serían los nervios por el final de mañana, la siesta, o ese cansancio acumulado que la cuestión es que me costó muchísimo dormirme. La rodilla empezaba a dolerme más de la cuenta, el tobillo (que me doblé varias veces a lo largo del camino) también empezaba a resentirse, las maltrechas uñas de los pies me tenían preocupado, la espalda ya no soportaba más la mochila… muchos ingredientes para un mismo plato y en la mente, Santiago.

El último día no tenía excesiva prisa por despertar. Como ya hemos dicho, apenas dos horas me separaban del Obradoiro por lo que me vestí y me preparé sin muchas prisas, despacio y disfrutando del día y del momento. Hoy me vestía de peregrino por última vez. El cielo se presentaba raso y limpio en las primeras horas del día,  y con una fresca y alentadora brisa comencé a terminar mi camino. Dejando atrás Labacolla se sube hasta el Monte do Gozo por un camino que me recordó a la antigua llegada a Bodegones, será el subconsciente peregrino, pero esas rectas asfaltadas flanqueadas con enormes eucaliptos me llevó mentalmente hasta el Camino de Moguer… ¡qué diferentes y qué parecidos en el fondo!.

El Monte do Gozo me defraudó enormemente. Más parece un centro comercial (con resquicios de campo de concentración) que un lugar mítico para el peregrino. Me alegré al saber que había acertado con la elección de dormir antes de este punto tan señalado en el Camino.

La sensación de ver a tus pies Santiago no me resultó todo lo mística que me hubiera gustado. Veía el final de algo que me resultó irrepetible, por lo que esa sensación de rechazo y de conformismo me agrió la primera vista de la ciudad del Santo Patrón de España. Conforme me iba acercando a Santiago el espíritu iba cambiando. La emoción, las lágrimas, los recuerdos, los pasos dados, todo se iba agolpando en mi mente, y de postre, pasé por el hotel donde me quedé la anterior vez que estuve en Santiago. Como dije, eran otros tiempos. Ella me vino a la cabeza y junto a ella mi pequeño. De la mano de ellos fui adentrándome en Santiago con sus recuerdos borrables e imborrables. No me sorprendían las lágrimas que brotaban de mis ojos. Ellos, por una cosa o por otra, eran el motivo principal por el que estaba aquí, y eso me hizo despertar y volver a la realidad de que me sentía muy feliz y pleno por haber logrado mi objetivo.

La nostalgia dio paso a la emoción desbordada. Las calles inundadas de gente te guiaban hasta la misma plaza. Te sientes un héroe bordón en mano y caminas erguido y altivo. Justo antes de entrar en el Obradoiro experimenté otra de esas sensaciones que se te clavan en el alma. En el arco que da acceso a la plaza, un chico interpretaba temas celtas con su gaita. Esas agudas notas de recuerdos gaélicos (y por qué no y en cierto modo rugbísticos) me llenaron el alma completamente. Tenía los vellos de punta al entrar en la plaza y plantarme frente a la imponente fachada del maestro barroco Casas Novoa. Allí me quedé un buen rato. Reflexivo, vacío, lleno, con la sensación de ¿y ahora qué?.

Pues ahora a cumplir el rito del peregrino, último escollo de todo aquel que se precie a llegar a Santiago a pie. Todo el ritual me pareció de un misticismo sin igual. Lo primero recoger la merecida Compostela, mostrando orgulloso los sellos de cada pueblo por donde pasaba. Y, como no podía ser menos… conseguí que en mi primera Compostela figurara el nombre de mi hijo en lugar del mío. Cositas mías. La chica que lo realizaba me decía no se puede poner otro nombre distinto al de la Credencial, así que tuve que tirar de nuestro único y genuino ingenio andaluz para conseguir que aquella chica accediera a mi petición. Finalmente así fue. Siguiendo con el rito, a la Catedral de nuevo. Sin soltar la mochila, cansado y orgulloso, me dispuse a confesarme con los linguaxeros. La Confesión me resultó como un verdadero puñetazo en la boca del estómago… aquel “dame tiempo para que Dios me dé la luz para aconsejarte bien” pronunciadas por el joven sacerdote abrieron las cataratas de mis ojos. Aún hoy en día recuerdo sus palabras de aliento y de comprensión. Sin duda ha sido la confesión más real y auténtica que he hecho en mi vida. “busca las flechas amarillas cada día y en cada paso de tu vida” no paraba de repetirme una y otra vez. Y así es, el camino hay que seguirlo, hay que seguir avanzando día a día, despacio…

Una vez me pude recomponer las piezas que conforman mi mente, me dispuse a abrazar al Santo. Y en mis manos, para que me acompañara en el abrazo, la foto de mi pequeño Jacobo. Esa foto que veía en los momentos más duros y solitarios. Esa foto de esa mirada que me llena de luz y de pasión por un pequeño tan mío como ahora mismo lejano. Un día todo estará en su sitio, al menos así confío.

Esperé dentro de la Catedral el comienzo de la misa del Peregrino, de la que participé  con una inusual devoción y respeto. Y allí mismo, coincidí con una emocionadísima Eva con la que en silencio compartimos las sensaciones más sinceras que se pueden experimentar. La vida misma.

Una vez finalizada la misa di por acabado todo el ritual místico del Camino. Ahora es el momento de celebrarlo, ahora… a llenarme de la vida de Santiago.

Lo primero que tenía que hacer era buscar alojamiento, por lo que anduve buscando en compañía de Eva un sitio decente y barato para dormir. Al final encontramos cada uno lo que sus necesidades exigían y se podían permitir, por lo que nos emplazamos a vernos a lo largo de la tarde. Antes de subirme a mi habitación me compré mi tradicional camiseta de recuerdo del Camino (tampoco tenía nada limpio que ponerme) y una vez en la Pensión me di una más que merecida y relajante ducha.

Pensé en dormir un poco, pero el sueño me arrebataría esas horas mágicas de Santiago por lo que aseado lo más decentemente posible, salí a callejear por las calles empedradas del centro de la capital gallega. Paré a comer en la Taberna do Obispo, un lugar céntrico en plena Rua do Francos que conocía de la vez anterior que estuve en Santiago. Un lugar donde se come bastante bien. Me senté en la barra  y me dediqué una botella de Ribeiro acompañado con la tradicional vieira y los diferentes manjares de la zona. Al poco rato llegó Eva. Me llamó para ver donde estaba comiendo y quiso hacerme compañía, por lo que no tuvimos más remedio que pedirnos otra botella de ese único vino galego.

La tarde en Santiago fue fantástica. Nos dedicamos a pasear por todas las calles de Santiago. Solíamos estar en silencio analizando todo lo ocurrido en días atrás, con esa mezcla de amargura por lo que se acaba y de gozo por el trabajo bien hecho. Y también, porque todo hay que decirlo, porque después de tantas conversaciones era más que posible que no nos volviéramos a ver jamás.

Al llegar de nuevo al centro reclutamos casi sin querer a varios amigos y compañeros de viaje. Por allí se acercó Violín, Elena, la mujer alemana, José Antonio, un chico cordobés con el que coincidí en Samos, unas hermanas de Madrid, Paco, un chico simpático de Jaén… en fin, que fuimos haciendo un grupo más o menos estable de peregrinos que hicimos una amena y divertida ruta de tapas por los bares de la Rua do Francos. Ruta que concluimos decentísimamente en un pub donde nos prepararon una tradicional queimada en la que ardieron todos los malos deseos y malos espíritus.

La noche acabó bastante tarde y, como no podía ser de otro modo, fue a las mismas puertas de la Catedral. Sentados allí en el mojado suelo de la plaza, en silencio, fríos por la humedad de la noche gallega, todos nos fuimos despidiendo de esas personas con las que has compartido momentos intensísimos y que jamás volverás a ver en tu vida. Qué sensaciones más extrañas y raras. Qué duro, sinceramente.

Es el fin. Se acabó. Las despedidas dan paso a ese caminar silente por las calles de Santiago en busca del descanso que de paso a la vuelta y a la vida real. Te acuestas a dormir con lágrimas en los ojos y notas como tu cuerpo se relaja y te adormece en ese último sueño de este sueño que se llama Camino de Santiago…

Ultreia!!!!!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creo en las hazañas que terminan en proeza...

Creo en las hazañas que terminan en proeza...

“Creo en las hazañas que terminan en proeza… creo en la distancia que recorre una esperanza cuando se empuja y se empuja…creo en las voluntades que derriban barreras… creo en los hombres con espíritus inmensos”

 

 

Hoy tocó beber del agrio licor que en ocasiones te regala la vida. De nuevo las cartas con la que juegas esta mano no te hacen más que bajarte a la primera y perder el dinero de la apuesta. De nuevo, toca levantarse, rearmarse. Confieso que el paso del tiempo y  las experiencia del pasado,  de un pasado que  nos empeñamos a revivir a pesar de que ya quedó asilado en el recuerdo, cuesta más y más recomponerse y seguir para adelante.

El rugby siempre ha sido mi escapatoria vital. Mi refugio personal e incomprendido donde me he apoyado para seguir adelante en mi día a día. Mis compañeros, algunos hermanos, el sentirse parte de un grupo, de una unidad, de un todo. El esfuerzo. La lucha. El respeto. La honradez. El compromiso… mil y un valores que me ha enseñado durante tantos y tantos años para hacer de mí la persona que soy, con mis defectos y mis virtudes, pero ante todo, una persona noble y leal, como este deporte.

Siempre he defendido que para jugar a rugby sólo hace falta tener uno de los siguientes elementos: físico o corazón. Se puede jugar a rugby siendo muy fuerte físicamente, lo podrás hacer bien o mal, pero al menos tu cuerpo te va a responder ante el rival. Pero esta explicación no haría justicia a lo que significa realmente este deporte y lo simplificaríamos a una mezcla de fútbol y lucha libre. Al rugby también se puede jugar con el corazón. Siendo valiente a pesar de que vas a perder en el choque y saldrás trastabillado y dolorido. Siendo honrado con el compañero que tienes al lado, pasándole el balón justo en el momento que te a ti te placan. Siendo honrado contigo mismo saliendo del campo con la cabeza bien alta sabiendo que has disfrutado de un nuevo partido… Al rugby, como digo, también se juega con el corazón. Y muchos de mis hermanos Linces, esos que me han visto crecer como persona y como jugador, saben que en eso, a mí me ganan muy pocos.

Pero… a veces, el cuerpo dice basta. O al menos… para. Mi maltrecho hombro izquierdo ya no puede más. Después de tres luxaciones y una fractura de clavícula se encuentra tan deteriorado que se hace necesario el intervenir y reforzar la articulación. Aún no sé plazos, fechas o medios. Solo sé que tengo que parar y operarme.

Mi ejemplo a seguir, un grande. Jonny Wilkinson. Depués de anotar el drop ganador de la Copa del Mundo en 2003 entró en un calvario de lesiones en su hombro izquierdo teniendo que ser intervenido varias veces, lo que lo llevó a replantearse su retirada de los terrenos de juego de un modo prematuro. Ocho años después sigue liderando el XV de la Rosa siendo el alma mater del equipo y uno de los mejores jugadores del planeta rugby.

Si él volvió a jugar. Yo volveré a jugar.

Como se dice en este mundo “un jugador de rugby jamás se retira” y no seré la excepción. Ésto no podrá conmigo… volveré como siempre con la ilusión de un principiante.

Mucho rugby.

 

 

Midnight in Paris (Woddy Allen, 2011)

Midnight in Paris (Woddy Allen, 2011)

Después de un tiempo alejado de las visitas a las salas de cine,  el pasado sábado tiré de cartelera y lo más interesante que encontré fue esta nueva película del genio de Brooklyn. No tenía nada mejor que hacer ni nada mejor que esperar, por lo que tiré de Pepsi Light, móvil en silnecio, y me dispuse a reencontrarme con este director que tanto me gusta por sus chispazos únicos de genialidad.

Sinceramente fui a ciegas. No sabía ni de que iba la película, ni el reparto… solo vi Woddy Allen (Nueva York, 1935) y me dije “hay que probar”. Igual me podría encontrar con experimentos como Vicky Cristina Barcelona (2008) o con joyas como Match Point (2005) o Granujas de Medio Pelo (2000). Me la jugué y acerté de lleno.

Los primero 10 minutos de cinta son un regalo para los sentidos. Estampas típicas, nuevas y curiosas de la ciudad del amor. En primavera, en verano, con lluvia, esquinas, cafés, calles, gentes… Un verdadero regalo sensorial que me hizo transportarme hasta Noviembre de 2007 cuando disfruté de su esplendor y  su misticismo.

El hilo argumental no deja de ser el amor, a simple vista una sencilla historia de amor, pero ahora bien, una historia romántica que puede ser entendida  entre una pareja de futuros esposos,  entre un artista y la creación artística y entre un bohemio y París. Tres caminos para desembocar en el amor. Tres deseos, tres necesidades. Tres realidades. Una misma ciudad, la del amor, París.

Gil (Owen Willson) es un afamado escritor de guiones de cine sin inspiración que viaja a París junto a su prometida y los padres de ésta en las fechas previas a su enlace nupcial. Gil tiene dudas acerca de su matrimonio y de su vida, es un  bohemio escritor romántico enamorado de París y de los años 20, vive en la angustia y en la resignación de ver como su vida va a cambiar y no puede hacer nada por remediarlo.

Una noche decide pasear a solas por las calles parisinas en busca de inspiración para su próxima obra. Y justo a media noche, sonando las campanadas de las 12, viaja por arte de magia hasta el París de sus adorados años 20. Un hecho, inexplicable y onírico pero que repite cada noche. Allí, en el pasado, en su pasado idílico, conoce y comparte experiencias con los principales genios de la época: Hemingway, Dalí, Picasso, Belmonte, Buñuel…

También conoce a una bellísima Adriana (la sensual, Marion Cotillard) que le abre los ojos acerca de su futuro y del amor con su pareja. Un amor imposible obviamente, pero sincero y real a pesar de estar anclado en el pasado.

Técnicamente la película me parece magnífica. El uso del color, el vestuario, la escenografía y la ambientación de las escenas  de los años 20 me parece muy acertada, distando en gran medida de la “calidad escénica” de las imágenes que se corresponden a la actualidad.

Me quedo con dos detalles de Allen. El primero de ellos es una escena en el que conversan cuatro de los personajes a las puertas de un restaurante y a lo lejos se escucha el frenazo de un coche. Dos de ellos, instintivamente, giran sus cabezas hacia el coche (que no aparece en escena) mientras siguen hablando. Todo un detalle de calidad y de genio.

La otra escena de la película es el momento tragicómico en la habitación del hotel en el que el padre sufre un amago de infarto, supuestamente roban unos pendientes, el discute con su prometida, llega el médico a atender el padre, la madre desconfía de todo… un picadillo de emociones y sensaciones en un mismo plano que me parecen de una brillantez absoluta.

Una película brillante. Seguramente no ganará ningún Oscar…

Qué pase ya esa mañana de jueves...

Qué pase ya esa mañana de jueves...

Abro de nuevo el cancel de este cuaderno de bitácora público de mi vida, para desembarcar mis extrañas sensaciones de cara al inminente Rocío que se aproxima. A paso de bueyes, poco a poco, como dormitan esas ascuas que no terminan de perder el destello ante esa corteza de ceniza que las abriga.

No voy a adelantar apocalípticos mensajes de negación ante la salida de mi Hermandad de Huelva. Me parece que el recreo taurino de la miseria del dolor es inútil y gratuito. El escapar de Huelva en la segunda mañana más bonita del año para esta ciudad (el Domingo de Ramos sigue siendo la primera) resulta ingrato para los propios sentidos. El negarse a palpar y a oler a Rocío, a Carroza, a campanillas, a herraduras, a flores de papel, a color, a cohetes… es pecar de desagradecido con el corazón.

Así que adelantar dónde y cómo estaré en la mañana del jueves es gratuito. Igual me tomo una uvita de fino en el carro de mi Peña de Los Pindongos y los acompaño hasta Colón, o igual me tapo la cabeza con la almohada para no oír la tormenta de pólvora que anuncia la salida de la más grandiosa de las hermandades del Rocío. No lo sé. Mi corazón dictará. 

Reconozco de otro lado que cada día que pasa, cada sevillana que se cruza en mis oídos, cada hatillo de trajes de flamenca que veo por las calles, es una puñalaíta que araña mi de por si maltrecha alma. Los recuerdos se van atropellando y por mucho que mi decencia me lo imponga, a veces las lágrimas recorren mis mejillas al evocar esos ratitos únicos e irrepetibles de Rocío. La maravillosa gente de mi peña, Pepe, Inés, Juan… todos. La mágica convivencia con mi hermano Manolo y Pilar, quizás la única que tenía al cabo del año. Los ratitos de cante, el Rosario, las visitas a la Virgen, las charlas… Todo… todo se hace tan especial, tan único y tan verdadero que las lágrimas con las que escribo estas líneas me hacen perder la poca dignidad con la que estoy afrontando el momento más duro de mi vida.

Lógicamente, este dolor  no viene sólo por el hecho de lo que significa para mí la romería del Rocío en sí, sino por lo que suponía el ir al Rocío y de la forma que lo hacía. Y, seamos justos, con quién lo hacía.

Ya nada será igual. Será distinto. Vendrán otros rocíos, otros caminos, otras cosas. Ni mejores, ni peores. Distintas. Aún me queda mucho por aprender del Rocío y sus cosas para  trasmitírselo luego a mi pequeño, para que sepa respetar y valorar la cultura del Rocío. Que luego salga rociero o no, eso ya no es misión mía.

Hablando de la Virgen… sólo te pido que cubras con tu manto a ese pequeñajo que ya va tomando forma de personita. Que lo sigamos viendo crecer tan sano y tan fuerte, tan guapo y tan simpático. Que jamás pierda esa mirada profunda y reflexiva. Por mí no pido. Soy el responsable de mis actos y las cargas que soporte las debo de llevar yo mismo.

Qué pase ya esa mañana de jueves…

Lo mismo

Lo mismo

Para aquellos que estas cosas de las iglesias, los pasos y las bandas no es más que una cuestión de calendario y de incordio cívico, por aquello de la ocupación de las calles, el difícil transitar de vehículos y tal, la Semana Santa no deja de ser todos los años la misma historia. Ya ni me paro a  hacerles comprender que una obra de arte es inmutable en el tiempo y forma y por ello, no deja de ser interesante ni bella, ni inmerecida de ser vista una o quinientas veces.

Cada Semana Santa es una nueva realidad, principalmente, desde la perspectiva sentimental y emotiva de todo el que forma el entramado cofrade. Uno puede ver el mismo palio, la misma marcha, la misma revirá cada año… pero jamás hará suyo ese momento de la misma forma.

Si atendemos a lo puramente tangible, dicha afirmación de coincidencia año a año es totalmente falsa. Bien es cierto que a primera vista puede resultar que una estampa es idéntica a otra, pero siempre hay algún matiz al que sacar punta y hacer el momento único. Un tipo de flor específica, una marcha determinada, la colocación de un rostrillo, un nuevo estreno… Siempre hay algo nuevo que reconocer y contar. Cúantas y cuántas explicaciones damos los cofrades tan gratuitamente a los no iniciados. Reconozco que debe ser agotador para un conocido de Palencia que venga a pasar unos días a Huelva, que te empeñes en que no le llame colgadura al palio o  bastones a las varas…

Por otro lado, podríamos situarnos en un plano tan cofrade como el romántico y hacer de cada momento una experiencia vital única. El embriagador perfume de las volutas que el incienso dibuja en la aterciopelada tarde de Domingo de Ramos, puede avainillarse o canelarse más o menos cada año. Las fúnebres notas que llora una tuba tras un mortecino paso de palio, pueden ser más apropiadas o no. O incluso, por aquello de los horarios y el cambio climático, que todo afecta en esto de la Semana Santa, la luz que silueteaba el rostro de María Santísima  en su salida procesional es infinitamente más degradada que la del año anterior y menos fundacional por lo tanto.

Pero a pesar de todo, y no nos engañemos, cada Semana Santa se nos hace diferentes porque somos nosotros mismos los que nos situamos en el umbral del Domingo de Ramos (o Sábado de Pasión para los metódicos… o Viernes de Dolores para el populacho) con distinto atuendo cada año. Un traje que nos vamos haciendo a medida durante 12 meses para plantarnos en San Pedro o en el Polvorín con una perspectiva diferente y única. Personalmente, este año Campanilleros me sonará a Soleá dame la Mano, la rosa se me hará cardo y ver mi palio celeste se me antojará “canina” sevillana.

Este año… mi procesión va por dentro.

 

Homo Onubensis Dixit

El Ahora...

El Ahora...

No importa lo angosto que sea el camino

ni lo cargada de penas que esté la sentencia,

soy el amo de mi destino:

soy el capitán de mi alma.

(Willilam Ernest Henley)

 

Después de horas, incluso días, ya semanas, donde las palabras en mi boca producían dolor y en mi mente tristeza, una incómoda melancolía se va apoderando de mi alma en cada suspiro que dejo caer al suelo de la realidad en la que me he instalado.

Esa apatía de cara a pensar, a compartir conmigo mismo mis sentimientos, a degustar mi estado de ánimo, me hace ahogarme en un escenario escogido voluntariamente y del que cada segundo que pasa, de esta vida que ha frenado su avance temporal,  me siento más seguro y confiado. No cómodo. Pero si firme y convencido de que a veces en la vida hay que pararse, detenerse en el camino, mirarse al espejo, y ver no solo lo que refleja, sino qué podrá reflejar.

Dicen los que saben de esto que la vida es corta. A mí, me parece larga. Creo que siempre puedes echar el pie en tierra, deshacer el camino y volver a buscar un nuevo horizonte. Ni mejor ni peor. Distinto. No se puede anhelar un futuro al que no le estás dedicando un presente por muy glorioso que sea un pasado. El presente, el instante, el momento, es lo que prevalece. Hoy aquí, mañana… ¿importa el mañana? El dejar atrás el presente por forjarse un futuro te hace esclavo de la desidia, del inconformismo. 

El atrás ya pasó. Lo que sea, vendrá. Vivamos el hoy. Ni todo lo pasado son espinas ni rosas, ni el futuro se plantea prometedor o confuso. Nada importa salvo las sensaciones, las que percibas, las que huelas, las que saborees, las que te permitas en cada momento y de cada suceso. Las que te regala la vida, a diario, sin látigos ni cargas. ¿Por qué no nos paramos a pensar dónde estamos y dejamos de vivir de réditos y promesas?.

Hoy la vida me ha propuesto otro itinerario alternativo, ha variado el rumbo hacia un lugar que desconozco y que no quiero saber cuál es hasta que arribe. La vida es así, caprichosa, incierta, azarosa… ayer sé que estuve, hoy estoy, mañana ni idea. Y tampoco lo quiero saber, ni que me lo diga. No me interesa. Que sea lo que ella quiera, donde la vida me lleve, hacia donde Dios crea  que me merezco.

 

PARÉNTESIS...

Hola amigos, anuncio que me tomo un kit-kat, una pausa. Ahora mismo el blog no me llena como antes, lo tengo más como una obligación moral de decir y contar cosas que como válvula de escape. Y así, ni me llena ni me lleno.

Volveré, sin duda...