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Homo Onubensis

Una nueva acepción de agradecimiento.

Una nueva acepción de agradecimiento.

Apenas faltan días para que se cumpla un año de la última vez que visité el estrado virtual de mi blog. Un año sin dar rienda suelta al quiero y no puedo de mis letras. Y no crean que es por falta de ganas, ni de ideas, ni tan siquiera por temor a silenciar reflexiones que pudieran ocasionar alguna que otra cana, no. La vertiginosa montaña rusa de mi vida, apenas me permite regalarme un ratito al día para sentirme escritor. Desconozco si desgraciada o afortunadamente, se llega a un punto en el que la administración del tiempo, se convierte en una lucha interna en constante resolución personal. Hay que cuidar, y mucho, dónde, cómo y con qué se "gasta" el tiempo.

Hace unos días llegó a mi vida una de esas experiencias que, de modo automático, mientras la iba desgranando y escuchando, la redactaba mentalmente en forma de artículo en  mi blog. Era la excusa perfecta para volver a escribir. Es una de esas historias que escuchas de principio a fin con una melancólica sonrisa empática y  una vidriada y sincera mirada de afecto. Una historia que no es historia, sino que es realidad y presente. Una de esas historias por las que piensas y te convences que merece la pena todo esto de “los pasos y la semana santa”.

Son ya tres los años que tengo la fortuna de pertenecer a la cuadrilla del Stmo. Cristo del Buen Fin y, desde el primer momento con Manuel Vallejo y actualmente con la familia Ariza, he contado año tras año con el cariño y confianza de un grupo humano en el que cada día me siento más  arropado. Sin duda podrá ser una de las Cofradías más humildes que existe en la semana santa sevillana, sin duda, pero cada vez que visitamos el viejo convento franciscano de la calle San Vicente, puedo decir abiertamente que me siento como en casa. Que es realmente mi casa. Mi familia, mis amigos, mis compañeros bajo las trabajaderas… son un conjunto que forman parte ya de mi día a día.

Vayamos con la historia.

Tengo que decir que no sé su nombre. Él es de esos costaleros que no hace corrillos al llegar y que no cuentan alguna historieta para avivar el ánimo precedente al ensayo. Suele ser callado, discreto, anónimo. Sé que va un par de trabajos por delante que el mío, y que suele llevar sudadera roja del Sevilla F.C., pero poco más. Nos conocemos de vista desde el primero de mis años allí y solemos saludamos al llegar a cada ensayo, pero como digo, poco más. En el último ensayo hace apenas una semana, tomando la previa y preceptiva cerveza en el Bar Rodríguez, en el corner derecho de San Vicente con Marqués de la Mina, coincidimos ambos codo con codo e inicié instintivamente una breve y formal conversación con él:

-A ver si no acabamos muy tarde hoy.

-Eso espero, que tengo a la chica hoy un poco un fastidiailla y me esperan para acostarla.

-Vaya por Dios ¿hay males?. Espero que no sea nada, que esto está aquí ya y se tiene que poner buena para disfrutar de la Semana Santa –respondí con simple cortesía.

-Bueno, esto a mi me da igual. Yo es que no soy mucho de creer.

-¿Y como que sales de costalero? – repuse bastante sorprendido, mientras notaba como los ojos de mi interlocutor iban enrojeciendo no se bien si de vergüenza o tristeza.

-Salgo de costalero por que mi niña ha estado 8 años en el Centro de Estimulación Precoz de la Hermandad. Sin la ayuda del Centro no sé que hubiera sido de mi niña. Gracias a la gente que trabaja allí día a día con los niños, mi hija ha ganado en calidad de vida. Al menos puede ponerse los cordones solita. Salgo de costalero en agradecimiento a la Hermandad y a su gente. Le debo muchísimo a este Cristo y a esta Virgen.

Le devolví su respuesta en forma de nudo marinero en mi garganta. No supe que más decir ni que argumentar. Fueron muchas las palabras que podía decirle y que tenía en el tintero,  pero no me salieron ninguna de ellas. Pensé en su hija, en la dureza de la vida que me iba contando. En la razón y humildad de un hombre que coge el saco y carga en su cuello el peso de un Cristo por amor a su hija y en agradecimiento a esas personas de la Hermandad. Pensé en lo anecdótico que somos y que es la vida cuando quiere. Pensé en esas personas que desconocen la labor humana, caritativa y afectiva que realizan las Cofradías en su día a día. En esas personas que creen que esto es sólo sacar pasos a la calle. Esas personas que dudan del significado de todo y que censuran los gastos de las cofradías en “tonterías”. Esas personas que no saben mirar, y que no ven que debajo de unos faldones de un paso de misterio existe, posiblemente, más misericordia con el prójimo, que la que ellos mismos puedan llegar a sentir en toda su vida. 

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