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Homo Onubensis

Tontos de Capirote (Francisco Robles)

Tontos de Capirote (Francisco Robles)

En apenas de un par de tardes, o de chicotás bien medidas como diría el autor, di cuenta de esta enciclopedia biográfica de la fauna y flora que cohabitan en el mundo semanasantero. En apenas un par de tardes recorrí todas las iconografías retratadas de manera magistral en papel y pluma, de centuria macarena, faltaría más,  por este doctor a pie de calle en las cosas de las Cofradías que es Francisco Robles.

Como paréntesis relajante y cómico del mastodóntico “Un Mundo Sin Fin”  (segunda entrega de Los Pilares de la Tierra) del que ya me restan las últimos coletazos para rematarlo, me regalé a mi mismo una lectura que todo cofrade o personaje que se asemeje, debería de tener en su biblioteca.

Una lectura fugaz y una escritura empalagosamente andaluza (o sevillana) describen a la perfección lo que es el libro. Personalmente envidio esa labia, esa verborrea del centro con pronunciación de barrio. Ese giro escondido de la palabra, ese segundo sentido tan andaluz y barroco (como las Cofradías precisamente). Gente como Pacorrobles, Carlos Herrera, Tom Martín Benítez, “Pive” Amador… son embajadores de un habla andaluza culta, pero a la andaluza, sin estridencias ni locución forzada. Ellos hablan en Andaluz, hablan EL Andaluz.

A lo largo de los personajes (que no capítulos) uno se va viendo retratado en cada uno de ellos dependiendo de una etapa personal de su vida. Todos somos todos los Tontos de Capirote en uno, de todos tenemos un aire o un ramalazo en mayor o menor medida. Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra.

Los hay entrañables, patéticos, dolorosos, simpáticos. Pero los hay, ante todo, sevillanos y cofrades.

Después de la furtiva e infiel lectura me queda un hueco, personalmente,  en mi cabeza… Permítanmelo.

 

El Tonto de Alejamiento.

Se dice de los recién nacidos que lo hacen con un pan bajo el brazo. Alejo Miralles nació, como no podía ser de otra manera,  con un costal ceñido a su cuerpo. A las pocas horas de salir de su escondite ya formaba parte de la nómina de dos Cofradías de Penitencia, la de su padre y la de su tío, y de la Sacramental de la Parroquia Mayor. Su bautizo, precedido de estatutario quinario, lo hizo con batón de cola recogido al brazo.

Los años iban pasando y Alejo pasaba, como manda la Santa Tradición, por cada uno de los peldaños de la Gloria Cofrade: costalerito, nazarenito, monaguillito, acolitito, nazareno, costalero, viceprioste, tesorero, Teniente Hermano Mayor, Hermano Mayor, nazareno y baja de la cofradía.

Lo malo, o bueno, que ya ni se sabe, es que la Estación de Penitencia de las profesiones cofrades la hizo como si fuera la de una hermandad de silencio. Por el recorrido más corto. Rozando la cuaresmal cifra de años ya se ve “cansado de cofradías”.

-          “Uf, anda que yo no estoy alejao ni ná…” Comenta a aquel compañero juvenil de trabajadera con el que compartió tantos años bajo su palio cesleste Sampedriano.

El tonto del alejamiento aparcó lo anecdótico del momento (aún cree que Caridad del Guadalquivir es una marcha de moda) para perderse en la realidad del momento. Su altura, o hartura, desde la que ve las cosas, lo hace aséptico a comentarios de vitalísima importancia como “¿Tanterao de que este año al Palio de los Dolores no le van a tocar en todo el camino Amargura?”. Eso ya le sobra.

A él, en su distancia a pie de calle, en su anonimato para los niñitos que manejan el cotarro, sigue mintiéndose a hurtadillas entrando diariamente en las dos o tres web de información cofrade. Sigue ideando en servilletas de papel aquel altar de cultos que el destino no le permitió montar. Sigue recortando aquellas columnas anónimas de diarios interesados en desvelar rumores. Sigue fiel a su anónima cita nazarena, a sabiendas que a esas horas “estará” de viaje a Portugal o la Sierra. Sigue fiel a su tapita Agmanirense esperando la revirá Calvarista. Sigue pendiente del repetitivo coleccionable que edita el periódico de al ciudad. Sigue… y sigue… y sigue, porque Alejo no tiene sangre en sus venas, por su interior recorre ese licor almibarado y cuaresmal de una cera bien derretida.

 

A mí mismo y mi última pareja de cirio en mi última Estación de Penitencia

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