El Abanico
Que la Semana Santa de Sevilla sea distinta, única e irrepetible es una certeza irrefutable por todos aquellos que más o menos tengan presente lo que se cuece en los pucheros cofrades. A Dios gracias quedan atrás equivocados y mal enfocados debates sobre la identidad y paralelismo, de la Semana Santa Sevillana y sus homónimas semanas satélites del bajo Guadalquivir. La contundencia y el peso histórico de la Semana Santa hispalense, arrolló los conatos de rebeldía territorial de cada semana santa andaluza. Sencillamente, pasó por encima de todas ellas cuando éstas buscaban su ratito de gloria televisivo. El fenómeno del recelo provinciano cofrade hacia Sevilla aparece a destiempo, a trasmano. Tarde. Aparece cuando la Semana Santa empieza a salir de las calles para colarse por las cajas tontas de nuestros hogares. Aparece cuando diarios como El Correo o El Diario de Sevilla inundan las estanterías andaluzas de por entonces cintas de VHS. Es ahí, y no antes, cuando nace este vocerío histérico de capillitas independentistas, que equivocan su discurso y sus modos en su lucha por la “autenticidad” de cada Semana Santa. En un intercambio de golpes la Semana Santa Sevillana saldrá victoriosa ante aquella que se ponga delante. Ninguna. Y digo bien, ninguna, está a la altura de exigencias y formalismos propios de “cada” semana santa en comparación con la sevillana.
Sería de necios enumerar las razones de esa abrumadora supremacía, pero no está mal recordar los ingredientes de este picadillo glorioso, que eleva a las mismas alturas a la semana más grande de la ciudad más grande de nuestra Andalucía. Pongamos un poquito de ciudad, ese escenario hecho a medida que enmarca a esos actores vestidos de ruan o terciopelo. El Duque, Placentines, Tetuán, Adriano, El Postigo… Añadamos una buena ración de arte, arte indiscutible en cuanto a calidad y cantidad. Démosle también un toque de historia, o de valor histórico que siendo lo mismo suena mejor. No hace falta recordar, aunque lo haga, que desde 1356 la noche de Sevilla acoge el paso de silentes nazarenos. Por último, sazonemos todo ello con “eso” que se llama sevillanía. Ese condimento único que los hace diferentes. Se trata de ese toque místico que impregna todo lo relativo a lo cofrade, ese chispazo de arte pedante, esa consciencia de ser protagonista de la fiesta, ese copyright autentificado de generación en generación, esa manera de hacer las cosas porque así se han hecho siempre.
Semanas Santas hay muchas, distintas, diferentes, propias, interesantes, pero es en este retal mitológico de la Atlántida que conforma el triángulo mágico Huelva-Sevilla-Cádiz (Rocío-Semana Santa-Carnaval), donde la Semana Santa toma y debe tomar esa forma y estilo tan del gusto hispalense.
Cuestionarse otras cosas es chocar contra un muro… o contra una bulla en Javier Lasso de la Vega.
Y para muestra, un morrión. Permítanme que del abanico de posibilidades emocionales y cofrades que nos ofrece cada primavera Sevilla, extraiga dos contrapuntos de la imaginaria ortodoxia sevillana. Entre una y otra imagen hay un mundo de porqués cofrades, de respuestas para todo y para todos.
Abran sus sentidos y sus emociones y valoren ustedes mismos.
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