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Homo Onubensis

Viernes Santo

Viernes Santo

Viernes Santo, día de la muerte, día de autos del nefasto magnicidio y de aquellos que digitalizan su destino al este por la A49. Huelva es tan piadosa y cofrade que el Viernes Santo no sale a la calle, calla sus vergüenzas y pecados en la soledad penitente de una mesa de camilla o en la anónima sillita sombrillera del recién restaurado ambigú playero. Los hay también, los más osados, aquellos que ya puestos a quebrantar  el autoimpuesto luto cofrade onubense del Viernes Santo, los que purgan sus pecados cumpliendo la  penitencia de enlazar Laraña y Orfila para llegar a San Andrés. Huelva, la apostólica, romana y marinera, prefiere no pisar la calle en tan trágica jornada. El cielo tendremos ganado.

El lote que componía el cartel de la última de feria presentaba cuatro novillos faltos de peso y carentes de trapío. El coso presentaba un aspecto casposo con menos de la mitad del aforo cubierto. Resultón y con algo de porte el primero de la tarde, de nombre “Viaplana” y pelo negro y tinto, presentó batalla y algún que otro destello de interés sobre todo en los primeros lances de la tarde. El segundo, “Moraíto”, quizás el de mejor porte de la tarde, mostró su mejor cara de vuelta a chiqueros, indultado por el respetable. La casta que se le venía presumiendo desde sus comienzos se ha ido apagando poco a poco hasta convertirse en un manso de buena estampa  que, como hemos citado, recibió su merecido premio de ganarse otra oportunidad. Ninguna suerte tuvo el tercero en aparecer, “Yacente”, que fue directamente devuelto nada más pisar el ruedo por petición popular. Novillos así no se pueden lidiar en plazas de segunda, ni de tercera. Ni un mal muletazo. Cerrando la soporífera tarde, “Silente”, novillo negro aceitunado, de corto recorrido en la muleta y paso lento en la embestida. Una pena para el diestro al que le tocó en suerte ya que el novillo presentaba una fantástica planta, alto de cara y noble en sus orígenes. Una pena al que le cayó en suerte. La tarde acabó con silencio para las cuatro faenas y  resoplidos de incomprensión, del espectador obviamente.  

Sé que tocaba hablar de Semana Santa para cerrar el septenario biográfico de mi blog en esta Cuaresma, pero es que en esta jornada, la comunicación entre espectador y actor cofrade, se rompe cada año con un suspiro complaciente que compaña al melancólico oír de sillas que se cierran  dramáticamente.

Esto se ha acabado, para bien o para mal. En unos días nadie, salvo los enfermos incurables de aburrimiento, hablará de palcos, de laudos ni de coronaciones. Para muchos, la Semana Santa es aquella obra de teatro que dura una semana y que en Huelva, y gracias a Dios, acaba el Viernes Santo para los sentidos y el Jueves Santo para el corazón.

No voy a hacer cuentas cabalísticas para cerrar este diario cofrade calculando la apocalíptica cifra que anuncia la llegada de las Palmas a San Pedro, pues la Semana Santa ni tiene comienzo, ni tiene final, es atemporal, el resto… son trocherías.

Venga de Frente: Dos cosas. Los ropajes de las nuevas figuras de la Cofradía de la Fe y el genial comentario de mi mujer viendo pasar el cortejo multicolor del Santo Entierro: “es como pararse a ver el escaparate de La Campana”.

Pararse Ahí: El poco gusto que deja el día. Tristísimo.

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