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Homo Onubensis

Hoy no

Hoy no

Debo ser sincero y decir de antemano, que no me sorprende que os abra nuevamente la bitácora de mis pensamientos con la llegada de una nueva Cuaresma. No me sorprende, no. Ya no debe ser casualidad. Quizás sea éste un periodo de tiempo más propicio a rebuscar en los trasteros de las sensaciones y los sentimientos, que puede ser.  La cuestión es que hoy,  planto nuevamente la Cruz de Guía en la puerta de este blog para hablar, sin intención de nada,  de lo que más me gusta, de lo nuestro. De lo que he vivido y mamado desde antes de nacer. De la llama que casi sin ser consciente estoy encendiendo, como ya hicieran conmigo, en el rey más pequeño de los pequeños reyes de nuestra casa.

Hoy no me apetece, ni quiero, envenenarme de la Semana Santa más oscura y prodieciochesca. La más radical y egoísta. La que olvida y derroca. La que muerde y rabia. La que sonríe con pinzas y da besos de Judas. Hoy  no. Hoy me niego a mirar hacia el lado y ver la escoria que salpica la más pasional de nuestras pasiones.

Hoy quiero ver la luz de la ilusión, del futuro, de lo que tiene que venir y está por llegar. De la inocencia cofrade en la voz de un querubín que con dos lápices hace una “crú” y se la pone al “homblo” para hacer el “Cachozdo”. Hoy quiero creer en esto por él, mostrarle lo que sé y cómo lo sé. Enseñarle al menos la última capa de pintura, la más brillante y hermosa,  de esta fiesta que muchos se encargan de llenar de hipocresía.

Entramos en los 14 días más bonitos para alguien que palpite a paso de tambor. Este estallido de besamanos, de traslados, de cultos, de conciertos, de mandaos, de ratos de casas de hermandad, de abrazos, de boletines, de tertulias, de Via+Crucis, de montajes, de ver el tiempo, de ensayos, de cafelitos, de itinerarios, de fotos, de túnicas, de estampitas, de compras de última hora, de viajes a Sevilla, de limpieza de candelería… esta locura bendición de estas dos semanas es la que quiero que los míos le enseñen. Ésta y no otra.

Apenas hace un par de días que lo ví por vez primera vestido de “colorao”.  Como yo lo hice en mi tiempo, como mis hermanos lo hicieron, como mis padres nos dijeron. Apenas fueron unos minutos mientras mi madre le cogía la bastilla a una de las túnicas que siempre hay por casa. Fue verlo vestido con su túnica blanca y saber que, gracias a Dios, el virus de las Cofradías está más que presente en él. 

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