Qué pase ya esa mañana de jueves...
Abro de nuevo el cancel de este cuaderno de bitácora público de mi vida, para desembarcar mis extrañas sensaciones de cara al inminente Rocío que se aproxima. A paso de bueyes, poco a poco, como dormitan esas ascuas que no terminan de perder el destello ante esa corteza de ceniza que las abriga.
No voy a adelantar apocalípticos mensajes de negación ante la salida de mi Hermandad de Huelva. Me parece que el recreo taurino de la miseria del dolor es inútil y gratuito. El escapar de Huelva en la segunda mañana más bonita del año para esta ciudad (el Domingo de Ramos sigue siendo la primera) resulta ingrato para los propios sentidos. El negarse a palpar y a oler a Rocío, a Carroza, a campanillas, a herraduras, a flores de papel, a color, a cohetes… es pecar de desagradecido con el corazón.
Así que adelantar dónde y cómo estaré en la mañana del jueves es gratuito. Igual me tomo una uvita de fino en el carro de mi Peña de Los Pindongos y los acompaño hasta Colón, o igual me tapo la cabeza con la almohada para no oír la tormenta de pólvora que anuncia la salida de la más grandiosa de las hermandades del Rocío. No lo sé. Mi corazón dictará.
Reconozco de otro lado que cada día que pasa, cada sevillana que se cruza en mis oídos, cada hatillo de trajes de flamenca que veo por las calles, es una puñalaíta que araña mi de por si maltrecha alma. Los recuerdos se van atropellando y por mucho que mi decencia me lo imponga, a veces las lágrimas recorren mis mejillas al evocar esos ratitos únicos e irrepetibles de Rocío. La maravillosa gente de mi peña, Pepe, Inés, Juan… todos. La mágica convivencia con mi hermano Manolo y Pilar, quizás la única que tenía al cabo del año. Los ratitos de cante, el Rosario, las visitas a la Virgen, las charlas… Todo… todo se hace tan especial, tan único y tan verdadero que las lágrimas con las que escribo estas líneas me hacen perder la poca dignidad con la que estoy afrontando el momento más duro de mi vida.
Lógicamente, este dolor no viene sólo por el hecho de lo que significa para mí la romería del Rocío en sí, sino por lo que suponía el ir al Rocío y de la forma que lo hacía. Y, seamos justos, con quién lo hacía.
Ya nada será igual. Será distinto. Vendrán otros rocíos, otros caminos, otras cosas. Ni mejores, ni peores. Distintas. Aún me queda mucho por aprender del Rocío y sus cosas para trasmitírselo luego a mi pequeño, para que sepa respetar y valorar la cultura del Rocío. Que luego salga rociero o no, eso ya no es misión mía.
Hablando de la Virgen… sólo te pido que cubras con tu manto a ese pequeñajo que ya va tomando forma de personita. Que lo sigamos viendo crecer tan sano y tan fuerte, tan guapo y tan simpático. Que jamás pierda esa mirada profunda y reflexiva. Por mí no pido. Soy el responsable de mis actos y las cargas que soporte las debo de llevar yo mismo.
Qué pase ya esa mañana de jueves…
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