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Homo Onubensis

El resto, lo que tenga que ser… será.

El resto, lo que tenga que ser… será.

“Antes de que nadie vaya a hacerte un lio

Quiero que sepas mi historia, pa no confundir tu nombre con el mio…”

 

1 de Enero de 2011. 00:35 horas. Sonido de petardos y cohetes por la calle de gente que ahoga sus penas en festejos, viviendo al día, disfrutando de cada momento porque la vida no es más que eso. Yo en la cama a oscuras, desvelado, digiriendo la indigesta huida fugaz de mi familia con la excusa de que el pequeño está dormido. Quizás ni me despedí de todos. Quizás ni quise ni pude, es lo mismo a estas alturas. Mis ojos se pierden en la ceguera de intentar buscar una respuesta a todo esto. Tengo 32 años y esto es el resto de mi vida. A un lado la mujer que me acompañaba en mi vida y por la que me arriesgué a dejarlo todo de nuevo. Al otro lado el futuro de un corazón del que tengo el presentimiento de que el destino le depara algo grande. Y más allá mi familia, de la que siempre rehuía, a la que estaba aparcando en la falsa cotidianeidad de Bodas, Bautizos y Comuniones. Apenas puedo conciliar el sueño por los pensamientos que golpean mis deseos físicos y anímicos. Tengo 32 años y esto es lo que me creía que era el resto de mi vida…

30 de Diciembre de 2011. 16:04 horas. Suena por enésima vez el popurrí de Los Muñecos de Cádiz y huele a barrita de incienso. Ante mis ojos la soledad fría de una casa a medio habitar y la torre de San Pedro. En mi paladar la copita de manzanilla que he disfrutado junto a mi padre. Y en mi mente, la ilusión quinceañera en unos ojitos pequeños con el cuerpo de mujer. Tengo 33 años y ni tengo ni puta idea, ni quiero, saber que me deparará la vida mañana.

Ha pasado un año de mi vida. Se podría decir que un año para tirar a la basura. Porque en él se queda la decisión más importante y dolorosa que he tomado en mi vida, la de soltar la mano de ese volcán de rasgos calcados a los míos y, por que no, la de esa mano que me acompañó en los últimos siete años de mi vida.

Pero sería injusto tirar este año a la basura del olvido. Perdí cosas, importantes. Importantísimas. Pero recuperé la confianza en ese niño, ya hombre, que sin calificarse de buena persona, puede decir que tiene la consciencia tranquila porque no le hace mal a nadie y siempre va de frente y enarbolando la bandera de la honradez.

Recuperé el sentirme útil para la vida. Para mis conocidos, para mis amigos. Para mi equipo de rugby, en el que trabajo codo con codo con gente espectacular y que me respeta y valora por lo que soy y no por lo que debería de ser.

Recuperé las ganas de hacer cosas. De tener iniciativa. De sentirme vivo. De pensar. De exigir. Recuperé el derecho a equivocarme.

Son muchas las personas que se han cruzado por mi vida en estos meses aportando lo bueno o lo malo que cada cual quiso aportar. De algunas me llevo gratos recuerdos, de otras personas me quedo con sus experiencias. De otras sus historias y sus risas. De otras las ganas de conocer a esa persona gris a la que le salieron las alas. De cada cual me quedo o conservo su recuerdo.

Pero si por algo es injusto echar este año a las llamas del olvido, es por mi familia. A la que nunca busqué y siempre encontraré. Por mis padres, ancianos prematuros a los que todo esto les vino un poco grande, pero que han sabido acatarlo y comprenderlo como pocos. Por mi hermano Xose, Asun y Axel, pacientes y respetuosos portadores del silencio antes mis decisiones ¿qué más se puede pedir de alguien que te apoya en silencio?. Por mi hermano Manolo, Pilar y Mencía. Principalmente por mi hermano, al que la vida me lo está colocando en el lugar que yo quiero. Un hermano que he recuperado. Un hermano al que puedo abrazar y besar mirándonos a los ojos. Una persona que siempre fue importantísima en mi vida y a la que metí en una caja sellada. Por fin la caja se ha vuelto a abrir y con su luz me guía en mi camino… siempre el Camino.

Y por ti Sonia, qué decir de ti, que te enamoraste de mí hace más de 15 años cuando ibas vestida de nazarena y me acerqué a pedirte cera con las bromas de los niños de esa edad. Y desde entonces me has tenido en la recámara del corazón como un imposible. Mirándome en silencio. Sin decirme nada nunca. Hasta que un día decidimos hablarnos y ponernos cara a esas personas que se conocían sin conocerse desde hace tres lustros. Por ese banco en la Avenida Alemania, por esas Colombinas tan especiales, por esos partidos del Recre, por todas esas veces que te he dicho “yo no quiero tener nada con nadie”, por todos esos silencios que me has regalado cuando te he dicho que no quería oír nada, por todas esas palabras que me has regalado cuando te he dicho que necesitaba oírlo todo, por esa tarde en Sevilla de Rosario Macareno, por ese espacio que me das sin pedírtelo, por esa confianza que me otorgas sin merecerla, por ser, como te he dicho mil veces… una niña buena. Eres normal y quizás, eso, sea lo que me extraña.

A 2012 sólo le pido una cosa. Sólo. Le pido salud para mi pequeño. Que siga creciendo tan fuerte, sano, cariñoso, simpático y guapo. Que siga siendo él mismo. Que sepa apreciar a su madre, que sé que lo cuida con pasión. Que siga queriendo a su padre, el que se muere cuando le hace dos carantoñas o le dice “papiii….”. Que siga creando su personalidad como Jacobo. Y que siga siendo feliz en este mundo de locos que todos hemos construido.

El resto, lo que tenga que ser… será.

Hasta siempre 2011.

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