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Homo Onubensis

Viaje a Londres

Viaje a Londres

Quedaba pendiente las experiencias del pasado viaje a Londres que realizamos a principios de Diciembre. Rescato hoy las letras que escribí en su momento y os las entrego con lo más sincero de mis emociones de aquel de momento. Os presento… Londres.

 

Hablar de Londres es hablar de la ciudad más grande de Europa  si incluimos su interminable laberinto metropolitano. Su grandiosidad, su magnitud y lo insignificante que te sientes, es lo primero que percibes al pisar la capital del Imperio Británico. Una ciudad que te domina, que se te resiste. Como buen británico.

 

Desde que aterrizas en Gatwick (localidad a 46 km. de Londres) y te encaminas hacia el centro de la ciudad, no dejas de estar acompañado de industrias, adosados o urbanizaciones que conforman el entramado exterior de la gran ciudad, con lo que el llegar al centro histórico de Londres se te prolonga casi interminablemente. Es aquí donde te haces consciente de la grandiosidad de la ciudad en la que te vas encaminando hacia sus entrañas sin pedir permiso.

 

Hora y media después de pisar suelo británico, y de tomar un autobús, un tren, dos metros y una no despreciable caminata, llegamos por fin a lo que sería nuestro Campo Base en los días de nuestro viaje: The Hotel Caesar, una mini embajada española en Hyde Park. Se Trata de un hotel familiar perteneciente a una cadena española con hoteles en varios países europeos. Un sitio donde se habla español y no tienes ningún problema con el idioma ni con el menú, ya que te puedes pedir unas croquetas o un plato de jamón. Y créanme, eso en Londres, es un lujo.  

 

El vuelo por una parte, que resultó algo más pesado de lo habitual, y la meteorología por otra, que apenas llegaban las cinco de la tarde y nos parecía ya de madrugada, nos pasaron factura al iniciar nuestros primeros pasos como visitantes. Teníamos la opción de tirar de guía y de Metro para conocer alguno de los reclamos turísticos de la ciudad, pero nuestro instinto nos guió a lo que más nos gusta, a pasear, a mimetizarnos. Lo que restaba de tarde (o de noche) lo empleamos en aproximarnos a Londres. En intentar pillarle el ritmo.

 

Vagamos cogidos de la mano por el laberinto de tiendas, neones y glamour de Oxford St. y Regent St. camino de Picadilly Circus. Bullicio, gentes, prisas, luces, ruido. Londres se muestra aquí en estado puro como la gran urbe mundial que es. Moderna, sofisticada. Igual te encuentras un restaurante libanés que una boutique de Versace. Algo que nos sorprendió gratamente es que esperábamos una ciudad más “alternativa”, más hippy. Pero la realidad es que Londres llama la atención por la elegancia en el vestir y las maneras de sus gentes, por su apariencia glamurosa sin estridencias. Por su estilo urbano y puramente británico. Por cierto, cosas de los ingleses… en una elegante cafetería-biblioteca donde nos tomamos un respiro (además de algo para picar), cometimos el pecado mortal de hacernos una foto. La camarera, con esa mezcla de educación y pedantería británica, nos llamó la atención como si se tratase de quebrantar la plácida tranquilidad anónima del lugar. Británicos…

 

Continuamos bajando hacia Knightsbridge, junto a Green Park, hasta encontrarnos con los mismísimos Almacenes Harrods, o lo que es lo mismo, la catedral rococó de las grandes tiendas. Salas y salas inconexas que derraman lujo que te elevan de estatus social. Hablar de lo exagerado es hablar de Harrods. Unos almacenes oníricos donde en unos pasos te chocas con lo que desees (y te puedas permitir obviamente).

 

Dejamos atrás el maravilloso mundo de Harrods borrachos de lujuria y envidia siendo atraídos por un nuevo reclamo,  las luces de la feria de Hyde Park. No lo teníamos del todo claro si acercarnos o no, pero finalmente mereció la pena. Se trataba de una clásica Feria Navideña donde te cruzas con tiendas de productos típicos, atracciones, tabernas… todo muy navideño, todo muy británico. Incluso me atrevería a decir  cercano al mundo imaginario de Tim Burton, donde te esperas que algún payaso de alguna atracción te sobresalte. Osamos a probar el “mulled”, una bebida típica del norte de Europa, y más concretamente de épocas como la Navidad. Una bebida a base de vino tinto caliente con especias. Aquel brebaje nos reconfortó más de lo que es esperábamos del frío que comenzaba a hacer estragos, y que además bajaba acompañado de una llovizna que ni sí ni no. Como no podía ser dee otro modo...Muy británica.

 

La mañana siguiente descubrió un sorprendente sol al que acompañaba un frío que parecía una broma pesada. De esos que te duele todo. Después de un merecido desayuno continental (única comida potable del viaje) salimos a la calle guía en mano e ilusiones puestas en recorrer las entrañas y secretos de esta fría mañana londinense. Desembocamos en la parada de Metro justo frente al grandioso Big Ben, ese reloj hecho símbolo de todo un país. Grandioso, salpicado de los dorados reflejos del astro rey, lleno de fuerza. Todo un símbolo sin duda. Nos movimos alrededor del Parlamento haciendo tiempo antes de entrar en su vecina Abadía de Westminster que aún permanecía cerrada. Una vez dentro, y audioguía turística en el oído,  nos sumergimos en las historias y tramas palaciegas de la alta nobleza inglesa. Una Abadía que su vertiginosa altura te hace perderte en el infinito. Una visita necesaria y gratificante culturalmente.

 

Volvimos a dejarnos llevar por nuestros pasos y paramos en St. James Park (con sus ardillas recorriendo el parque), para desembocar finalmente en  Buckingham Palace, donde inesperadamente nos encontramos con el acto del cambio de guardia. Un evento magnificado y turístico en el que apenas ves nada. El recuerdo y la demostración de una monarquía británica que maneja los hilos de todo un país… o de cuatro, que ya no se  yo por donde andan los sentimientos. Y de ahí… plano en mano y tiempo para disfrutar, a la otra punta de Londres.

 

Nuestros pasos nos iban entreteniendo de un escaparate a otro, de tienda en tienda, de calle en calle. Ascendimos hasta Trafalgar Square y nos admiramos del ambiente navideño que regía en una pista de hielo que descubrimos en una calle anexa. Gente patinando, riendo, globos... todo muy navideño, muy de postal. Continuamos nuestro paseo carente de  rumbo y llegamos hasta la catedral de St. Paul, con más fachada que otra cosa, es como ese jarrón de casa de tu abuela. Muy grande, muy tal, pero en absoluto destacable. Mucho visitante y mucha foto para una Iglesia que en la eterna Italia pasaría desapercibida. Muy cerca de allí nos maravillamos con el  Millennium Bridge, obra del afamado arquitecto Norman Foster. A simple vista no llama la atención por sus sencillas formas, pero su esbelta línea y su ligereza te sorprende cuando vas descendiendo por él, desapareciendo casi mágicamente ante nuestros ojos. Cruzamos el Támesis hacia el sur y bordeamos la otra orilla hasta uno de los grandes símbolos de la ciudad, el London Bridge. Enorme, con fuerza. Una lástima que no pudimos contemplarlo en todo su esplendor ya que estaba en proceso de restauración, pero nos llenamos de ese edificio hecho símbolo de un país. Junto al mítico puente, London Tower, la fortaleza real desde época de “María Castaña”. Sus muros guardan celosamente el sentir monárquico y arcaico de una nación. Tal vez ese castillo sea en sí la cuna del sentimiento patriótico británico.

 

En los alrededores del castillo, con un ambientazo turístico más propio de un parque de atracciones, comprobamos realmente el poco gusto que tienen los británicos para la gastronomías. Degustamos un autentico fish and chips. Qué les puedo decir… que me gustaría saber qué es lo que tienen los británicos en las glándulas pituitarias, si eso es lo más destacado que puede ofrecer gastronómicamente este país…

La tarde caía y anunciaba la noche Volvimos al centro, donde las calles se iban abarrotando de propios y extraños. A pesar de la leve e invisible lluvia nos perdimos por lo que nos resultó de lo más atractivo de Londres: el Soho, ese collage hecho barrio donde convive la variopinta cultura asiática en Chinatown, donde tienen su reducto político-social el sector homosexual, y donde la clase media se gasta sus buenas libras en boutiques de moda y pubs de británica cerveza. Hablar del Soho es hacerlo del barrio con más ambiente que jamás haya conocido (ambiente en todos los sentidos…). Carnaby Street, con sus tiendas y fachadas decoradas de motivos navideños resultó una autentica pasada. Inolvidable de corazón. Por cierto, entre el mar de tiendas en la que navegas nos regalamos un par de detalles únicos. Nati se compró un vestido precioso de encaje y yo… el nuevo polo de paseo de la selección de rugby de Irlanda. Aquí, cada loco con su tema, como puramente es Londres.

 

El siguiente día amaneció precioso con un sol que casi se alcanzaba con las manos y un raso celeste por cielo. Eso sí. Frío para dar y regalar. El día de hoy estaba señalado en rojo desde hacía días. Seguramente era la excusa para esta escapada, para este rapto mutuo entre Nati y yo, pero es que  hoy asistiríamos al partido de rugby entre los Barbarians y los All Blacks. Un lujo, un sueño. Pero esto ocuparía la tarde y el día no hizo más que despertarse. Aun teníamos la mañana para dedicarnos a imitar a los londinenses lo máximo posible, para mimetizarnos una vez más con una cultura extrañamente europea.

 

Una de las pocas visitas obligadas que nos juramos hacer en este viaje era The British Museum, ese arca de la alianza de la escultura griega y egipcia. Llegamos con tiempo de sobra para entrar, incluso tendríamos que esperar un buen rato para acceder al museo, por lo que decidimos  hacer tiempo paseando por el vecino Russel Square Gardens, con sus cotillas ardillas y sus otoñales árboles como únicos acompañantes.  Al fin entramos en el museo y fuimos a lo directo, a lo aconsejado. Perderse entre las miles de esculturas deformadas por el paso del tiempo no era plato de gusto teniendo en mente el acontecimiento deportivo de la tarde, del año, de mi vida. Con todo dimos buena cuenta de la historia a través de las manos de los escultores egipcios, mesopotámicos y griegos, como Fidias y sus esculturas del Partenón.

 

Salimos del museo y decidimos ir paseando hasta la Estación de Victoria para coger el metro dirección a Twickenham. Llevaría un buen tiempo recorrer la distancia, pero apetecía disfrutar de frío sol que sombreaba Londres. Bordeamos todo Green Park y Buckingham Palace Garden hasta llegar, sin prisas, a la estación central de Victoria.

 

Lo ocurrido desde que cogimos el metro, hasta que volvimos al centro de Londres resultó la mayor experiencia rugbera que haya vivido jamás. Un sueño cumplido, como titulé lo ocurrido en un artículo anterior de este mismo blog. Si deseas descubrir mis emociones y sentimientos de aquel evento le invito a leer mi artículo dedicado en exclusiva al partido ( http://jesusrodriguez.blogia.com/2009/121401-barbarians-new-zealand...-o-un-sueno-cumplido.php ).

 

Regresamos al hotel con la emoción viva de asistir a un partido único de rugby, al mismo tiempo que cansados de todo el ajetreo del día y de las grandes caminatas de esta escapada londinense. Era nuestra última noche en tierras inglesas, por lo que nos relajamos en el bar de propio hotel haciendo un balance de nuestras vivencias de este viaje que acabaría mañana por la mañana cuando cogiéramos el vuelo de vuelta a casa.

 

Como en todos los sitios que hemos conocido, en Londres, también dejamos un pedacito de nuestra historia. Gracias por el viaje Nati.

2 comentarios

Jesús Rodríguez Redondo -

No... Gracias a ti. Sin tí todas estas vivencias no serían posible. Un beso.

Nati -

Como siempre, gracias a tí por tus artículos. Gracias a ellos puedo volver a imaginar cada minuto cada momento de los maravillosos viajes que hacemos juntos. Gracias cielo