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Homo Onubensis

Y se fue...

Y se fue...

Ya se fue. Igual vino. De pronto, apresurado, fugaz… y ya volvemos a vernos haciendo cábalas con el calendario buscando las fechas que marquen el Lunes de Pentecostés. Atrás quedaron siete días de Rocío, de convivencia, de vida. Siete días donde todo se perdona buscando acercarse un poco más a ese reino celestial donde esta Nuestra Madre.

Dije en cierta ocasión que Ella es “la excusa” y no me equivoqué con ello. Una razón que nos permite acercarnos a familiares y amigos, que nos une, que permite conocernos y darnos a conocer. Buscar explicaciones metafísicas y otras diatribas triviales acerca de El Rocío es un absurdo. Esto es lo que es. Simplemente lo más grande.

Son seis con ésta las romerías de las que he formado parte y lo que más me llama la atención es que ninguna de ellas ha sido ni serán iguales las unas de las otras. En cada Rocío nos destapamos las miserias del día a día manifestándonos y viviéndolo según nuestro estado de ánimo, por eso, cada Rocío, siempre será diferente, distinto, nuevo. Pasional, romántico, frío, novedoso, sereno… cada año una sensación y siempre un mismo denominador, y como dije, una excusa: Ella. Ella siempre estará ahí, la de la mirada bajita, la de las manitas pequeñas, para ponernos en nuestro sitio y descubrirnos a nosotros mismos.

Los Ratitos son los monemas del Rocío, las unidades mínimas que conforman una semana de romería. Hay sitio para todo y todo cabe. Un rezo, un perdón, un cante, una copa, un baile, un enfado, un ¡Viva la Madre de Dios!, una risa, un ole, una salve, una mirada, un sueño… de cada uno habría que sacar su jugo y su disfrute haciendo de ese momento que sea irrepetible y único. Habrá más pero no como ese mismo, sería otro.

Cierro los ojos y aun siento el aire arenoso de cada recuerdo de mi Rocío…ese cante de Salmarina en el Camino de los Llanos surgido de voces almonteñas, esa llegada al Rocío con las olvidadas llaves de mi habitación, esa primera manzanilla en el porche de casa, esos Simpecaos llegando al Rocío, esa entrada tardía y accidentada de Emigrantes, esos primeros cantes con las voces nuevas, esas visitas de amigos, ese calor de mediodía, esa marea gris de peregrinos de Huelva entrando por el Camino de Moguer, ese paseíto para verla a Ella, esa presentación con mi Hermandad entre palmas y sevillanas, esa visita de mi madre y mi familia, esa tarde de sábado, llena de cantes, de amigos, de arte, de Rocío. Ese domingo de espera y de Rosario, de velas y destellos verdosos de bengalas que alumbran Simpecaos, esa salida anónima de la Virgen con sus campanas y su mar de devotos, esa mañana de lunes donde el sol despierta impaciente por ver a la Reina, esos cantes tradicionales a una paella nostálgica por los que ya no están, esos ratos de Rocío de conversación, de proyectos. Esa mañana gris de recogida de chismes y de últimos rezos, de despidos… esa niña a mi lado, esa almonteñita agarrada a mi mano, esa mirada de flamenca, esas flores puestas con todo el arte del mundo, ese susto por un cohete inesperado o por un caballo que se aproxima, esa vocecita que canta a media voz, esa Amada mía… esa persona por la que todo es distinto en mi vida.

Miro a mi lado y aun veo restos de trajes de cortos por planchar y botos por recoger. Ya el polvo de esos siete días desapareció de nuestra ropa y de nuestro cuerpo, pero aún perdura en nuestros sentidos, en nuestros recuerdos, en nuestros ratitos. Queda un año por delante para que todo empiece de nuevo. Solo Ella sabe si nos querrá a su lado un año más, mientras tanto, quedará dormida en nuestro corazón hasta que Ella quiera, hasta que Ella nos llame.

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