Mis esencias
Ayer lo mire de reojo y el recuerdo de mis dedos en su ovalado cuerpo se instaló de nuevo en lo más sincero de mi alma. Lo vi triste, vacio de su esencia que es el aire. Olvidado. Siendo apenas cuatro otoñales capas de caucho amarillento lustradas en sus tardes de gloria en albero, con el esbozo de unos gastados trazos negros en forma de hoja de helecho All Black. Demandando cariño. Inerte. Es mi balón de rugby.
El rugby se construye del pasado, de los recuerdos, sin vivir del futuro puesto que ningún jugador de rugby juega su último partido. No conozco un jugador retirado. Siempre tendrá a mano un par de botas de tacos, algún pantalón con los bolsillos descosidos de los tirones y un polo descolorido, huérfano de dorsal, grabado en los hombros con los restos verdosos de contiendas lustrosas.
El rugby te tatúa de experiencias imborrables. Conforme pasan los años de inactividad más presentes se hacen en tu vida. Ese crónico dolor de hombros, esa antigua torcedura de tobillo, esa cicatriz de la ceja, esas victorias, esas derrotas. Ese rugby. Ese silencio en el vestuario mientras te calzas las botas junto a tus quince compañeros, cada uno con su rito, con sus manías. Ese nudo en el estómago antes de pisar al césped, el campo de batalla, pensando en la necesidad de ser honrado con los tuyos y contigo mismo. Ese miedo. Si. Ese miedo a saber cómo entras en el campo pero desconocer cómo y cuándo vas a salir. El sabor a plástico mohoso del protector bucal, que tras el partido, sabrá a triunfo independientemente del resultado. Sabrá a barro, a césped. A Rugby.
Esos dedos agarrotados por los vendajes más símbolo o manía que necesidad fisiológica, esos nudillos que crujen y haces sonar para soltarlos, ese cuello más tenso que nunca. Ese paseíllo por el túnel del vestuario con el pensamiento de que gracias a Dios estás listo para un nuevo partido. Esa primera gota de sudor al correr junto a tus compañeros, esos primeros contactos poniendo en tensión tu cuerpo, que parece que crece, que parece que deja a un lado el sentimiento de responsabilidad. Ese momento te hace ser único, especial, rugbero.
Ese silencio previo al pitido inicial, donde el hueco se instala en tus oídos alertas a la espera de la señal que de paso a las hostilidades, donde el tiempo se para. Donde, con el balón entre tus dedos, respiras hondo y lo haces soltar como la joya más preciada del universo, esperando su bote irregular para golpearlo y remitirlo a campo rival. Ese momento donde todo es cámara lenta.
Es ese primer contacto con rival, al que le miras a la cara, le ves tú mismo miedo, tú mismo respeto y tú misma fiereza. Ese primer contacto duro, seco, anárquico, marcando tu territorio, dejando tu impronta. Ese olor a rugby, a ruck ganado o perdido. A tetris humano en donde entre piernas y brazos un presuroso 9 saca de la nada un balón para transmitirlo a la tres cuartos. Olor a resaca, a sudor, a césped, olor a rugby.
El rugby es el dolor que empieza a aparecer. Ese placaje sin importancia de los primeros minutos, ese mal gesto al caer, esa respiración que empieza a faltar. Esa deuda pendiente con algún rival, ese golpe de castigo que pides “palos”, evadiéndote del mundo durante esa interminable carrera hacia el balón. Ese vuelo del balón en busca de esa H. Esa sensación de no querer ni poder defraudar a tus compañeros. Ese deber, tu deber, el de ser una quinceava parte de ese engranaje que es un equipo de rugby.
El rugby es el agua caliente limpiando restos de barro y de tu vida que olvidas tras el partido. Es el pasillo elegante al rival, es el apretón de manos sincero y merecido a lo que queda del jugador de rugby que va dando paso a una masa dolorida y sucia. Es el aplauso fina. Es el testigo de los tacos encarnados que quedan en tus tobillos. Es la cerveza bien fría con la que brindas por el partido, ganado o perdido, pero por el partido que acabas de regalarte a tus sentidos. El rugby es el ocultar en silencio los despojos dolorosos del partido durante días, el quitarle hierro al asunto, el no darle importancia a la escayola que llevas en el brazo tras acabar el envite.
El rugby es una manera de vivir, es un medio de vida. El rugby es la vida. El rugby, es rugby.
A todos aquellos que han gozado la dicha de saltar a un terreno de juego.
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