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Homo Onubensis

El Tsunami IACOBUS

Ya va camino de dos meses desde que el tsunami IACOBUS asolara la acomodada rutina en la que se había instalado nuestras vidas. Ya casi dos meses de esta nueva etapa vital en la que dejamos de ser hijos para ser padres, en la que las costumbres, las necesidades y los hábitos se entierran definitivamente en el cajón de la eterna y deseada melancolía.

 Ya casi dos meses de ese turbulento día de hospital, de sufrimientos, de nervios, de dudas, de cansancio… hasta que la enfermera puso en mis brazos al trocito de vida hecho de nuestra vida. Jamás podré olvidar ese extraño cuerpecito de mirada cotilla y dedos diminutos que buscaban agarrarse con fuerza a la vida que le espera por delante.

 Estamos a las puertas de estos dos meses de alerta infinita a la espera de un llanto que no arranca o de un despertar a deshora. Dos meses ya del máximo regalo que un bebé puede esperar de sus padres: ellos mismos dedicados en cuerpo y alma a ver como va creciendo día a día.

 Con su nacimiento no solo se inició su vida, ya que del mismo modo comenzó la nuestra. Atrás queda una vida para empezar otra. Todo lo hecho no sirve de nada, ya que desde el mismo instante del primer llanto, sabes que el resto de tus días tu mente y tu corazón va a estar ocupado en marcar el buen camino a ese pequeño de mirada desconfiada. Piensas que una pareja se puede romper, pero un hijo, un bebé, es eterno.

 Los primeros días fuera del hospital fueron caóticos, resultado de la suma de inmadurez, poca paciencia, falta de costumbre y analfabetismo pueril en estado puro. Sales del hospital con un pequeño cuerpo al que debes de alimentar, de asear, de amar… y no sabes por donde empezar. Lo que un día crees que haces bien, al día siguiente no vale para nada y hay que volver a empezar. A veces es agotador.

 Durante estos casi 60 días de vida del pequeño Jacobo, su progreso y su crecimiento es incuestionable. Parece que atrás va dejando sus problemillas del confuso “cólico del lactante” para ir regalándonos poco a poco las primeras sonrisas incontroladas. Sonrisas que tal vez queramos dibujar los padres como regalo agradecido de la mayor sumisión de todas.

 Él sigue su destino, su camino, el que según algunos ya tenemos escrito. Día a día va creciendo en cuerpo y espíritu haciéndose un bebé grandote y sano, lleno de fuerza y de vitalidad, las mismas que nos van robando a Nati y a mí, o las mismas que nosotros le vamos regalando, quién sabe.

 Por cierto, ya el Señor de la Madrugá lo tiene como uno más de sus hermanos gracias a su madrina Anamari y a su tío Andrés. Ellos sabrán como guiarlo para que pronto tenga su primera tunica morá.

 Que Él lo guíe en su vida.

 Sigue creciendo mi niño… cuánto deseo poder jugar contigo a las latillas en el pasillo de casa…

1 comentario

Anónimo -

Después del tsunami, ha llegado la calma....
y con ella una inmensa alegría!
Os quiero muchísimos a los dos.