Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009)
Decir que has ido al cine a ver Sherlock Holmes, puede sonar algo simple. Decir que has ido a ver la versión de Guy Ritchie de Sherlock Holmes, suena a peliculón.
Tengo que decir que no las tenía todas conmigo a la hora de la elección para la tarde del sábado pero, una vez fuera del cine, la sensación de acierto fue tremenda y añado que personalmente la considero una película más que interesante. Si nos metemos en el papel de cinéfilo reprimido y fumador de pipa, Sherlock Holmes no pasará de engrosar esa interminable lista de cintas basura a precio de oro. Para mí, cinéfilo de butaca y palomitas, me pareció fantástica.
Guy Ritchie (Snatch, Cerdos y Diamantes) nos presenta una nueva y diferente imagen del personaje creado en 1887 por Sir Arthur Conan Doyle. En esta ocasión, lejos del concepto de “Sir Inglés” en el que estábamos acostumbrados a ver al investigador , Holmes es un amargado obsesivo maniático, imprudente, arrogante, amante de las peleas clandestinas y con una vida desordenada al margen de toda pulcritud. Su único amigo, el apuesto y elegante Doctor Watson (Jude Law), es quizás el único que le entiende y comprende, y le ayuda a sobrevivir a base de casos e investigaciones por resolver aderezado con un poco de paciencia.
Robert Downey Jr. (Ironman), quizás en su mejor interpretación de los últimos años, borda el personaje de Holmes al que acompaña a lo largo de la cinta con un juego de miradas y de gestos obsesivos (quizás marca del propio actor), que enmarcan a la perfección lo que Ritchie pretendía del nuevo rol de Holmes, a medio camino entre el bisabuelo de James Bond con un toque de superhéroe de cómic de Marvel.
Nota destacable de la película es su cuidadísimo vestuario. A pesar de la ambientación histórica de la cinta (fantásticamente recreada) de finales del XIX, donde la alta burguesía malvivía junto a lo más bajo de Londres, el vestuario obtiene una gran relevancia dentro de la película ya que resulta más que evidente el modernísimo y actual toque con el Holmes viste a lo largo de la misma, tal vez haciendo hincapié en la distinción intelectual con sus coetáneos.
Los guiños propios del director, como las tomas ralentizadas en las secuencias donde se realiza una reflexión interior o el uso vertiginoso y mareante de la cámara en las escenas de acción, son marcas de la casa del genial Ritchie, que deja la puerta abierta a una segunda parte de la cinta para las próximas navidades.
Un único pero a la película. En la escena final de la película se produce una huída por las cloacas del Parlamento de Westminster, desembocando directamente en lo que vendrían a ser las obras del London Bridge, cuando realmente, la distancia entre un punto y otro de Londres es abismal.
Con licencia de ese pequeño lapsus geográfico, la película (y su sobrecogedora toma final del ahorcado en las obras del London Bridge), me resultó gratísima de ver y bastante entretenida en cuando a temática y rodaje.
Por cierto, en la película se cita dos veces al rugby... estos ingleses...
3 comentarios
Pak -
Un saludo.
Jesús Rodríguez Redondo -
Nati -