Más allá de la Vida (Clint Eastwood) - Biutiful (Alejandro González Iñárritu)
La semana pasada me explayé cinematográficamente hablando y tuve el honor inusual de ir dos veces al cine. Cosas de la vida, y cosas mías. A pesar de que la cartelera ofrecía varias alternativas me decidí por las dos que entendía más imprescindibles. Entre semana y en primer lugar Más allá de la vida, y de cara al fin de semana Biutiful. Dos películas opuestas pero con una carga negativa en común: la muerte y el dolor.
Más allá de la vida no pasará a la historia como una película de culto. Ni tan si quiera la pondría en ese altar cinéfilo reservado a obras de arte. Clint Eastwood dejó una imborrable huella en mi paladar cinéfilo con Invictus y dudo que se vuelva a acercar a ese nivel. La temática no es mala, la idea es interesante, la interpretación es brillante, pero el resultado se queda corto. Desconozco donde puede estar el error, pero uno sale de la sala con una sensación fría, insípida, mortecina (¿a posta?).
La muerte como sensación desde tres puntos de vista que desembocan en una misma realidad es el eje central de la película. Por un lado la traumática experiencia de Marie Lelay (interesantísima y guapísima Cécile de France), una afamada periodista francesa de vacaciones en el Pacífico que regresa a la vida después de unos segundos en el más allá. De otro, el ingenuo Marcus (prodigioso papel infantil de George McLaren), un niño londinense que pierde trágicamente a su hermano gemelo y se empeña en encontrar el porqué de su fallecimiento. Y finalmente George (grande Matt Damon) un joven con poderes paranormales que es capaz de comunicarse con los muertos en el más allá.
Los tres personajes rebuscan a lo largo de la cinta respuestas incontestables sobre la muerte, para converger finalmente en un mismo punto en común.
Insisto. Una cinta técnicamente intachable, con mil y un detalles cinematográficos para el buen ojo crítico (como las escenas en la cocina de George), con una interpretación global más que interesante, pero carente de ese último hervor que hace de una película normal (incluso en ocasiones televisiva) a una obra de arte.
Biutiful es un puñetazo en el estómago. Incómoda, sin aliento, patética, humillante, pesada. A pesar de no ser santo de mi devoción debo rendir pleitesía al oscarizado y nominado nuevamente Javier Bardén. La vida que le regala al papel de Uxbal es superlativa, exageradamente buena. El hecho de que esté entre los nominados al Óscar al Mejor Actor en una película de habla no inglesa dice mucho de su logro.
Alejandro González Iñárritu (Babel) nos acerca esta vez a la Barcelona más cosmopolita posible. A la más parecida a Los Ángeles o Tokio, a esa gran urbe con más luces que sombras, con más que callar que sacar a relucir. A la Barcelona donde vive Uxbal, un enfermo de cáncer a cargo de sus hijos sin un medio de vida claro ni preciso, donde malvive y sobrevive a base de proporcionar trabajo de mala muerte a inmigrantes indocumentados. Uxbal es un hombre de sangre caliente, de sangre en las venas, con corazón y con sentimientos, pero sin vida, y sin tiempo para vivirla por su inesperada enfermedad terminal.
La supervivencia en la Barcelona más lúgubre y oscura, la inmigración, el dolor, el amor, lo vil del ser humano, son los ejes en los que se enmarca esta genial y única obra del González Iñárritu, un director llamado a hacer (ya lo está haciendo) grandes cosas en el mundo del celuloide.
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