Caminante no hay camino...
Mayo trae en su treintañera mochila una de las expresiones más atávicas del ser humano, el buscar lo Divino a través de su relación con la naturaleza. Dicho mal y pronto, Mayo nos acerca el Rocío, la más profana de las fiestas religiosas o el espectáculo más espiritual de todos.
Si osado es hablar sobre Semana Santa, con sus peculiaridades históricas y artísticas cogidas por pinzas, no resultará tarea fácil sintetizar el Rocío, donde se puede exprimir una vivencia y una emoción por cada ser que se acerca, más o menos, mental o físicamente, a la aldea divina de Doñana.
Quizás no sea el momento de desgranar mis emociones rocieras, todo llegará, pero debo de reconocer que empieza a tomar forma una inquietud en mi mente, que comienza a lastrar mis úlceras sentimentales rocieras. Con toda seguridad es que me voy haciendo mayor y por lo tanto menos tolerante, pero es que empiezo a sufrir arcadas emocionales cuando leo, escucho o veo, algo relacionado con “los peregrinos”.
Los peregrinos al Rocío son lo que los costaleros a la Semana Santa. Son el colectivo de poder en la sombra. Son los guardianes de una tradición que dura dos días al año. Son los que se han hecho a base de empujones en protagonistas de las fiestas.
Ruego que me dispensen de la obligada penitencia, después del anuncio que hago por anticipado, de mi pecado de vanidad, pero sé de lo que hablo. No soy de los que cuentan los años como muecas en el revolver, pero al menos un lustro he acompañado a la carroza del Simpecado de la Hermandad de Huelva, y por lo tanto, e insisto, sé de lo que hablo.
Entendía o entiendo que ir de peregrino, a pie, no es más que otra forma más de hacer el camino con la hermandad. Unos los hacen en carro, otros a caballo, otros a charré, otros andando… pero poco más. El ser peregrino no te concede un aura devocional extraordinario que te diferencia del resto de los que forman la comitiva de la hermandad. No concibo cumplir promesas estando de fiesta. Tampoco espero flagelación y cilicios para una ofrenda divina, pero prometer que te vas a pasar dos días de cante, de baile, de vino… como que no me cuadra. Que hay gente que lo hace por fe, indiscutible, y respetable, y creíble, pero ustedes, amigos lectores, me entienden de sobra.
Alguien definió el salir de costalero como “el deporte sacro”. Pues bien, en la última década se están sentando las bases de lo que será la segunda disciplina de esta olimpiada mística, “la maratón de las arenas”. Si para la primera prueba su reglamentación se basa en pantalón remangado hasta dos dedos por debajo de la rodilla, camisa de tirantas, y terna de tejido floreado, para ésta segunda prueba sólo es necesario cuánto más polvo mejor. Todo lo que no sea 3mm. de emplaste facial a base de sudor y polvo marismeño al llegar al Rocío, no estará considerado ortodoxo. No es difícil encontrar a auténticos biatletas de estas disciplinas en uno y otro lugar, incluso con medallas (¿?).
La expropiación de la carroza durante dos días por parte de estos héroes caminantes es inadmisible. Ya se marcan a antojo pasos, ritmos, paradas, tradiciones, demandas, derechos… incluso está en marcha una “asociación de peregrinos” que regule las exigencias por y para los caminantes. Lo dicho, inadmisible. Lo dicho, esto es Huelva.
Días antes de que todo esto tome forma son remitidas al Obispado por la Hermandad de Huelva las urnas vacía de la elección a Hermano Mayor 2011 porque no hay quórum de votos….
Homo Onubensis Dixit
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Jesús Rodríguez Redondo -
Nati -