Sin título II
Para Dorotee McMillan hoy es un día extraño. Su asistente infantil, la afroamericana y obesa Archie Robinson, se pasó a recogerla antes de la hora habitual a la Escuela bilingüe anglofrancesa a la que asiste diariamente. Le encorsetaron sus gafas de sol graduadas de Prada y le dijeron: “Papá ha sufrido un accidente”. Poco más. Su madre, Sussy McMillan, ataviada al más puro estilo conejita Playboy, la recibió con un silencioso abrazo impersonal mientras se hacía un esfuerzo a sí misma por demostrar una entereza física más que dudosa que parece escapar por el vertiginoso escote fúnebre. En silencio, mientras caminaba de la mano con su hija, repasaba la lista de psicólogos a los que podría acudir la pequeña Dorotee para salir de este mal trago por el que tiene que pasar. Es condición de hija de la Patria.
Tal vez no tenga derecho a llorar ni a preguntarse qué ocurre. Para su academicista y militar padre, forjado a golpe de grito en West Point, el mayor orgullo sería que su pequeña Dorotee doble milimétricamente la sagrada bandera americana y la consagre cada día de su vida.
Dorotee no volverá al colegio la semana que viene. Su madre le tendrá preparado un fin de semana en Walt Disney para que, mientras compra donuts y estalla globitos de colores, recupere la normalidad poco a poco y la vuelta a la rutina no le sea traumáticamente aburrida.
Dentro de unos meses Dorotee tendrá padrastro, que aunque no la querrá, la llevará el domingo a montarse en los caballitos.
Un último detalle. Miren las dos fotos y piensen. En algo, en lo que sea. Pero piensen.
El mundo cada vez da más asco.
Homo Onubensis Dixit
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