Ágora
Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) se reafirma con esta cinta como el mejor director español de la actualidad. Determinados sectores críticos dudan de la calidad técnica de la cinta, de la falta de concreción histórica o de la falta de brillo de los actores… pero la sensibilidad y precisión para tratar el que personalmente considero tema principal de la obra, que no es otro que el la repetición cíclica de los errores de la humanidad, hacen de este prodigio de director la consideración de “mito del cine”.
La cinta recorre la evolución de un binomio dramático. Por un lado la historia de Hipatia, una mujer adelantada a su tiempo que lucha contra la sociedad y contra sí misma en busca de un único sueño: comprender el caos de las órbitas estelares. Por otro lado, el drama social de una civilización que sacia su sed de odio al amparo de unos signos religiosos que comienzan a ejercer presión hacia los fieles.
¿Acaso no es la misma situación actual más de mil quinientos años después?, ¿no es la religión el motivo de matanzas sin sentido?, ¿no continúa la mujer relegada a un segundo plano?, ¿no continúan las grandes potencias al margen de todos los desastres sociales?... Amenábar censura todo ello y lo refleja subliminalmente en su película con la máscara de la Historia y de Hipatia como hilos conductores.
Es más que posible la censura que se pueda realizar de la posición que adopta el director en su película, desvelando las vergüenzas de una emergente Iglesia Cristiana, recién salida de la represión brutal por parte de romanos y judíos. Pero de igual modo también es necesario conocer e interiorizar diferentes perspectivas de una realidad en concreta para conocer la Historia en todo su esplendor. Aquí se hace necesario recordar un hecho incuestionable como que la Iglesia, supuestamente la gran damnificada de la cinta, ha utilizado la violencia, el rencor y la muerte durante toda su existencia para “limpiar la pureza de la fe”. Como obra de arte que es, que cada uno la individualice y sienta como sienta.
En cuanto a los aspectos más técnicos, Amenábar, como en toda su carrera, no brilla especialmente en cuanto a planos y guión. Si nos saltamos las mejores escenas de la cinta, aquellas en las que los ciudadanos de Alejandría corretean por las calles de la ciudad como verdaderas hormigas, sin destino, sin orden, la película prácticamente está rodada en plano medio acentuando la fuerza de las miradas de los personajes, sobre todo los que encarnan a Orestes (Oscar Isaac) y a Davo (Max Minghella), que acompañan magistralmente al avance de la película con una evolución en sus personalidades. Rachel Weisz lo borda encarnando a Hipatia. Tal vez le falta un poco de fuerza a la hora de presuponer el carácter de una mujer como ella en la época en la que vivió, pero soportar el peso de la película sobre tu personaje y salir victoriosa de esa epopeya bien pueden valerle a la actriz londinense una nominación para los Oscar.
Una película para ver. Para sentir. Para disfrutar. Para ser conscientes de la vileza del ser humano que se ciega ante unas creencias y dogmas (dictaminados por los propios hombres) y que es capaz de matar, asesinar, violar, renegar… por unos valores que le vienen dados e impuestos. Una película que te hace creer que la condición del mundo es la autodestrucción de sus semejantes, del odio social y religioso instigado desde los gobiernos mientras los que tienen los dados de este juego (entiéndanse los romanos o los americanos) hacen la vista gorda y desoyen las súplicas de los que sufren la injusticia y el rencor.
Ágora bien pudiera llamarse ahora… ¿realmente hemos evolucionado?.
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