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Homo Onubensis

Barbarians - New Zealand... o un sueño cumplido

Barbarians - New Zealand... o un sueño cumplido

Cada cual se construye su altar de sueños con las piezas que marcan su vida y deseos. Se puede anhelar visitar un país exótico, se podría desear conocer a alguien famoso. Se podría, y se debe, desear cosas que te hagan esforzarte día a día para conseguirlo. Al menos soñar es gratis.

 

Una de las cualidades del ser humano, el egoísmo, nos hace que no nos baste con tener un único deseo sino que la cadena se hace interminable conforme van pasando los años. Tal vez, las frustraciones de cada día, hacen que se vayan acumulando los asuntos pendientes por hacer en lugar de ir saciándolos.

 

Desde que ese virus llamado rugby me infectara hace ya algunos años, me prometí a mí mismo que tendría que ser testigo presencial de esa danza ancestral llamada Haka que los jugadores de la selección de rugby de Nueva Zelanda, los All Blacks, evocan antes de cada partido en memoria de los antiguos guerreros maoríes. Siempre me llamó la atención ese respeto por los antepasados, esa obediencia con los valores de la cultura atávica de una etnia guerrera y noble.

 

Me juré que algún día la vería… y gracias a Dios así ha sido.

 

Nos quedaba pendiente conocer Londres, y ajustamos la visita a la capital del antiguo Imperio Británico a una fecha especial para los amantes del rugby. La ocasión no era otra que un nuevo partido de los Barbarians, ese club mítico que congrega cada cierto tiempo a los mejores jugadores del mundo y al que solo se accede mediante invitación (siendo tal vez uno de los mayores honores de todo jugador de rugby). Los Ba-Baas es un club que no tiene jugadores y recluta a aquellos que por su trayectoria, por sus méritos deportivos y por su calidad humana, ofrezcan las garantías autenticas de lo que significa ser jugador de rugby.

 

Como venía diciendo, metimos con calzador en el apretado mes de Diciembre una visita a Londres con motivo del partido Barbarians – Nueva Zelanda, tal vez el partido con más esencia tradicional del panorama rugbístico, y... mereció la pena.

 

Twickenham Stadium, el templo del rugby inglés, está lo bastante alejado del centro de Londres como para convertir el hecho de ir a ver un partido en toda una excursión de un día completo. Nos detuvimos en la última parada de la Línea Verde del Metro londinense, en Richmond, la más alejada al suroeste, uno de esos pequeños pueblos que se van haciendo mayores en el estómago de las grandes ciudades que los engullen inexorablemente. Según las indicaciones de algunos aficionados a los que solicité información en ciertos foros de rugby a través de internet, la distancia entre la parada de Metro y el estadio apenas alcanzaba los 15 minutos… Durante 15 minutos me estuve acordando de ellos, precisamente esos quince minutos que siguieron a la media hora desde que salimos de la estación. ¡Cuarenta y cinco minutos andando! En fin. El consuelo, ya que temía encontrarme con algún cartel que pusiera WELCOME SCOTLAND, era la larga fila de grandullones con polos de rugby que caminaban silentes por la acera embarrada de aquella gris circunvalación.

 

Después de la caminata, donde cruzamos puentes, circunvalaciones, adosados, rotondas… Twickenham. Los alrededores destilaban rugby: voces, pintas de cerveza, banderas, perritos calientes… Conforme se estrechaban las calles y nos acercábamos al estadio, el embudo humano se hacía más rugbero, más autentico. Como uno más  y antes de entrar, cumplimos con la tradición y dimos buena cuenta de hamburguesas y chicken Chip´s antes de ocupar nuestro asiento en el estadio al que, hay que reconocerlo, llegamos con más retraso del que nos hubiera gustado dadas las circunstancias de la distancia y el desconocimiento del lugar.

 

Ocupamos nuestra localidad y tardamos varios minutos en que se nos bajara la excitación previa al partido. Imagínense. Tiempo justo, cantidad de gente, cámara de fotos, hamburguesa en mano, cerveza en la otra, entradas para localizar los asientos por aquí, chaquetones por allá... Cuando nos sentamos y dijimos “aquí estamos”, fuimos por fin conscientes de que a escasos metros calentaban los All Blacks y ya comenzaban a retirarse a vestuarios. Comenzaba la fiesta.

 

La ceremonia de los himnos a un partido de rugby es lo que la nata a un flan. No sería lo mismo. Es su esencia. Tengo que decir que me sorprendió más de lo que pensaba. El primero, el poco seguido “Aotearoa”, el himno neozelandés interpretado por una cantante entregada a la causa, acompañada de los jugadores de negro y algunos pocos aficionados kiwis que salpicaban de color negro y plata las abarrotadas gradas. El himno acabó con más respeto que gloria y los primeros sones del “Good Save the Queen” anticiparon lo que se ha convertido en mi momento personal rugbero más grande que haya vivido. Twickenham era una voz, un coro. Mis vellos se erizaban con las resonancias de voces rugberas rindiendo homenaje a la reina madre. Un momento para vivir, incluso para tararear… ¿Qué hacíamos canturreando aquel himno?, todo era la magia de la fiesta del rugby que uno deseaba que fuera interminable.

 

Y luego… aún emocionado por el himno británico. La Haka. El ver esos hombres de negro invocando el ritual, con el respeto de un público entregado a la ceremonia, las danzas, esos gritos, los golpes en el pecho, el trance... Dios, no me creía lo que mis ojos veían. Nati conocía de sobra lo que significaba aquel momento para mí y me acompañaba entregada al verme feliz. El momento fue simplemente perfecto.

 

El partido pasó. Tal vez era lo de menos. Ver a Drew Mitchell, Joe Rokocoko, Jaque Fourie, Jamie Roberts, Bryan Habana, Matt Giteau, Fourie du Preez, George Smith, Schalk Burger, Rocky Elsom, Victor Matfield, Bismarck du Plessis, Salvatore Perugini, Stephen Moore, Tendai Mtawarira, Andy Powell, Will Genia, Morne Steyn, Leigh Halfpenny, Cory Jane, Ben Smith, Luke McAlister, Stephen Donald, Brendon Leonard, Rodney So’oialo, Richie McCaw, Liam Messam, Anthony Boric, Jason Eaton, John Afoa, Corey Flynn, Andrew Hore, Neemia Tialata,  Jimmy Cowan, Sitiveni Sivivatu… fue la mayor de las experiencias rugberas que ha día de hoy haya vivido.

 

El resultado fue una excusa, el juego apenas le presté atención. Lo importante era ser testigo de mi propio sueño.  Un lujo, un placer, un sueño cumplido.

 

3 comentarios

Jesús Rodríguez Redondo -

Igualmente Feliz Año Carlos. Gracias por compartir este trocito de mi vida llamado blog.

Feliz 2010 de Rugby

CARLOS LOBEJÓN (CHARLIE) -

SANA ENVIDIA ES LO QUE SIENTO AL LEER TU CRÓNICA. ALGO PARECIDO ME HA PASADO DOS VECES EN MURRAYFIELD (ESCOCIA CONTRA LOS ALL BLACKS Y CONTRA LOS PUMAS) TE ENTIENDO Y COMPARTO CONTIGO ESAS SENSACIONES ÚNICAS. ¡ FELIZ AÑO !

betico983 -

jajajjaj k guai i no me triste un regalitoooo esta bien tu blog jesus
carlos el de los juveniles