La Hora de los Gatos
Muy a mi pesar soy de los que suelen rondar las calles en las primeras horas de cada día camino a mi trabajo. Apenas un par de autobuses camino de las mortecinas fábricas con trabajadores adormilados y algún anónimo barrendero, pendiente más de las desesperantes noticias que oye por la radio que del rastro que va dejando a sus espaldas, son mis únicos y cotidianos acompañantes de este obligado paseo matinal. Bueno, ellos, y los gatos. Gatos que caminan con su elegante y rápido trote desconfiado, desafiante, felino a fin de cuentas.
Cuando mañana mis pasos vuelvan a ser el único sonido que llegue a mis oídos camino de la agencia echaré de menos a uno de ellos. Uno que decidió malgastar la séptima de sus vidas saltando desde demasiada altura para su elástico y fibroso cuerpo. Como dicen, la confianza le mató. Aún perdura en mis tímpanos y en mi mente (y porque no en mi corazón) su particular y personal sinfonía mortal que compuso su cuerpo al chocar contra la acera, como el seco y duro sonido al cerrar un libro. Ahí, y así, selló su pase al cielo de los gatos si es que lo tienen y se lo permiten.
Pero no fue esto lo que más me conmovió en este cruel y cotidiano amanecer. Mi mirada, puesta en aquel desgraciado final, no adivinó hasta brevísimos instantes después la presencia de un segundo animal a las puertas de aquel mortal precipicio que era la fachada de aquella vivienda abandonada, animal, que al advertir mi inoportuna presencia se perdió en la todavía oscuridad de la mañana aún por comenzar. Azar, confianza, destino, suicidio masivo… mi mente procesó miles de causas posibles para dicha situación, pero de todas las que recorrieron mi mente me trasladé, y quise que así fuera, a la veronesa historia de los Montesco y los Capuleto. Quién sabe si mi aparición prohibió el derecho de la gata Capuleta a acabar sus días como su amante, qué tragedia recorrerá su alma de ser interrumpida en el momento justo e irrepetible de su romántico desenlace, qué causas tuvo el Montesco para saltar al vacío del resto de su eternidad… Aquella gata vagará eternamente en su tristeza hasta el fin de sus vidas odiándome que le robara su momento. Tal vez no era su día. Tal vez en ese momento gastó sin usar una de sus siete almas.
Continué mi camino relamiendo las historias y heridas amorosas de esos gatos, acompañantes anónimos de cada mañana en mí solitaria, y a partir de mañana huérfana, hora de los gatos.
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